Se ha hecho un lugar común interpretar como una confirmación de continuidad del populismo la reelección de Dilma en Brasil, la de Evo en Bolivia, más el casi seguro triunfo del Frente Amplio en segunda vuelta en Uruguay (a lo que se podría agregar la reelección de Correa en Ecuador el año pasado y hasta el regreso de Bachelet hace siete meses en Chile). E inferir que ese deseo de continuidad también anida en la Argentina y derivará en el triunfo de Scioli como kirchnerista moderado.
Otros analistas (que en su gran mayoría no votarían al kirchnerismo) pronostican que no será así en Argentina porque Brasil, Bolivia y Uruguay tienen una inflación acotada entre el 6% y el 7% anual, mientras que en nuestro país ronda el 40%. Pero vale tener en cuenta que, coincidiendo en el mes –mayo–, se aumentó en Brasil la Bolsa Família el 10% y en Argentina el 40% su equivalente: la asignación universal por hijo. Y que aquellos que guían su voto en función de los subsidios que reciben podrían no actuar diferente en los dos países porque ambos gobiernos tuvieron la precaución de corregirles la inflación. De algún lado sale la aprobación de la que aún goza Cristina Kirchner.
En Brasil se percibió claramente cómo en varios estados del nordeste pobre Dilma superó el 70% de los votos, y al revés, en los barrios de clase alta de San Pablo era Aécio el que lograba casi el 80%, superponiendo el mayor voto a favor del PT con los lugares donde había más subsidiados.
Pero aun así a Dilma le costó ganar, y hasta que no se llegó a contar el 90% de todos los votos todavía Aécio aparecía por arriba de Dilma en el total de votos escrutados, generándoles a Dilma y a Lula un susto mayúsculo y horas de gran angustia.
Por eso Dilma prometió cambios, especialmente en el área económica, pero quienes no le creen piensan que son sólo promesas electorales similares a cuando Cristina ganó asegurando institucionalidad y terminó haciendo lo opuesto.
Pero una Dilma radicalizada a lo Cristina –por aquello de cuanto más débil, más agresiva, para que no dejen de respetarla o temerle– no parece ser lo más probable en Brasil. Y quizás sea un anticipo de lo que podría ser un eventual nuevo gobierno no opositor en Argentina.
¿Puede el populismo seguir con la misma receta, cosechando los mismos frutos en un contexto diferente?
La mejor paradoja surge de Brasil, donde la clase baja que Lula ayudó a ascender a clase media (que no es el sector más bajo, que recibe la Bolsa Família, pero igual se favoreció con el boom de consumo) ahora ya no vota por el Partido de los Trabajadores y le reclama a Dilma mejoras de segundo grado, como mejor educación, salud e infraestructura, lo que resulta mucho más difícil de satisfacer que un plan de alimentación.
Es probable que el PT, que ya dejó de ser un partido revolucionario hace muchos años y en el cual la imagen de Dilma guerrillera es sólo un ícono de marketing político, se torne aun más promercado y termine transformándose en algo similar a la socialdemocracia y otras formas de izquierda que adoptó la sociedad europea, donde el progresismo no está reñido con cierto grado de ortodoxia económica.
Si hasta el Partido Comunista de China ha adoptado al mercado como su gran generador de progreso y movilidad social, ¿por qué habría que suponer que el populismo latinoamericano no podría seguir el mismo ejemplo?
Un excelente artículo de la revista The Economist muestra cómo China rompió con la idea de que los sistemas políticos autoritarios eran contrapuestos al progreso económico y a una más amplia aceptación del mercado y el capitalismo. En él se explica que mientras sólo el 31% de la población de Estados Unidos dice estar muy satisfecha con la marcha de su país, en China el 85% está muy satisfecho (se usaron los mismos parámetros de la Pew Survey of Global Attitudes).
Ya en Uruguay el Frente Amplio y en Chile el Partido Socialista, desde hace años, son tan promercado como el PSOE en España o sus similares de toda Europa. Sería un error creer que la única vía del populismo es el chavismo. Cuando la ex Unión Soviética aún estaba en pie y China era antimercado, los partidos comunistas de esos países consideraban a los populismos versiones agrestes de la lucha de clases. Si las cepas más puras de la dictadura del proletariado han elegido ser promercado, no resulta inadmisible que también los populismos hagan el mismo recorrido una vez que hayan agotado el ciclo de su heterodoxia.
Hace un mes, en la ciudad española de Zaragoza, se realizó el Primer Parlamento Iberoamericano de la Juventud, promovido por una serie de universidades iberoamericanas. Allí se reunió a 28 jóvenes líderes de los distintos países de la región que claramente no representan la corriente populista. Es muy interesante ver la propuesta de la representante de Guatemala, Gloria Alvarez, para acabar con el populismo. Son diez minutos que, aun para discrepar, vale la pena ver, y es interesante la autocrítica que ella hace a las élites y las clases más acomodadas de Latinoamérica como responsables del surgimiento del populismo.
Si los dos candidatos que el kirchnerismo decidió que fueran “copados” por La Cámpora son Scioli y Randazzo, es posible imaginar un futuro de “los pibes para la revolución” tan pasteurizado, que dentro de algunos años será patético y no podrá generar más que una piadosa risa ver las grabaciones del fervor kirchnerista de los actos de los últimos años. Como hoy mismo produce ver a Casey Wander, el chico de 11 años que la TV Pública entrevistó durante los festejos por el cuarto aniversario de la muerte de Néstor Kirchner en la ESMA, que quiere ser presidente en 2050 y espera “que toda la vida gobierne el kirchnerismo”.
Siempre pasa: el futuro nunca termina siendo una foto del presente proyectada, como generalmente se tiende a imaginar.