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violencia y seguridad

El futuro es de los niños, aun de los que delinquen

La niñez es inimputable porque es fundamentalmente un tiempo de formación de valores y de maduración de la emotividad. Pero no es un bien que disfrutan todos los seres humanos.

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La niñez es inimputable porque es fundamentalmente un tiempo de formación de valores y de maduración de la emotividad. Pero no es un bien que disfrutan todos los seres humanos que tienen edad de un dígito; aunque parezca paradojal, hay niños que no parecen niños porque han trascendido la edad mágica. Y actúan llevados por las circunstancias, casi siempre durísimas, de la vida, y presentan un comportamiento de alto riesgo para la sociedad. Un delincuente es peligroso, pero un niño delincuente lo es más, porque agrega la inconsciencia y la temeridad irresponsable de ignorar las consecuencias de sus actos. Un niño delincuente es ante todo un ser que sufre, una persona a la que le está siendo negado el derecho a vivir una etapa que debería ser privilegiada.La primera conclusión es que un niño delincuente debe ser tratado como un niño. los niños no pueden ser tratados como adultos pero tampoco deben ser tratados peor, que es lo que siempre ha pasado. No estoy en contra de la preservación de la seguridad por encima de todo, pero se puede encontrar un punto medio entre preservar la seguridad pública y las condiciones de dignidad para con un niño que ha sido colocado por la misma sociedad afuera de la infancia. El futuro es de todos los niños, aun de los que delinquen. La sociedad se configura con la suma de todos, y el tiempo formará adultos que no necesariamente tienen que acarrear los errores del pasado.Un niño delincuente correctamente amparado y alentado puede ser un adulto recuperable. Esa es la segunda conclusión.

Los niños son un bien de la sociedad, no una posesión de los padres. Hay un derecho que vuela por encima de las condiciones que pueden ofrecer los padres. Así son las viejas prácticas de defensa de la minoridad de agresiones y desamparo, aun de los mismos padres.

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La tercera conclusión es que un niño no es responsabilidad exclusiva de los padres sino de toda la sociedad, porque los seres humanos no son propiedad de nadie y, por lo tanto, su destino no puede ser marcado solamente por los padres.

Los excesos de la modernidad nos hacen olvidar que el tema de los niños delincuentes no apareció en el siglo veintiuno sino mucho antes. Hay demasiados errores en el tratamiento que el pasado daba a la tan manoseada “minoridad” que deben ser redimidos. Hay que replantearse seriamente la prevención de la delincuencia infantil y la mejor manera de administrar la justicia frente a los hechos consumados. Un juez de la infancia que se precie puede agregar a sus conocimientos de jurisprudencia algunos rudimentos de psicología infantil que le permitan interpretar de modo amplio las acciones de los niños delincuentes y organizar la recuperación en reemplazo de la penalidad. La cuarta conclusión es que un niño delincuente es una sombra para el futuro porque seguirá viviendo y crecerá positivo o negativo para la sociedad, conforme reciba ayuda o castigo.

No es barato comprender y asumir responsabilidades, ni para la Justicia ni para las instituciones de amparo social, pero si no se gasta parte del dinero del fisco en elevar la calidad de vida de los ciudadanos del futuro, estamos exterminando el porvenir, que incluye a nuestros amados hijos y nietos. La quinta conclusión es que nuestros niños están en estrecha relación con los otros niños menos afortunados y que todos juntos caminan hacia un futuro. que no será bueno para los nuestros si no lo es para los ajenos. El mundo tiembla ante los menores que matan y mutilan sin piedad, y yo no soy una excepción. Niños asesinos que matan a compañeros de colegio, pequeños artífices del horror que preferiríamos excluir de nuestra realidad. Pero no puedo olvidar que los seres humanos poco a poco aceptamos la degradación y perdemos noción de las cosas.

Traslademos esa condición humana a un niño de nueve o diez años que no tuvo la suerte de convivir con los límites y los recortes necesarios para crecer moderado. Todo niño delincuente tiene un origen que hay que contemplar, nadie nace de gajo. Todos sobrellevaron una vida que lo llevó hacia la marginalidad.

Esa condición de vida no es su responsabilidad; es nuestra como sociedad. La sexta conclusión es que no podemos evaluar la ferocidad de un niño delincuente con la misma vara que medimos la de un adulto delincuente y, por ende, no podemos castigarla con la misma severidad.

Protegernos del daño, evitar la proliferación de niños violentos, organizarnos para recuperarlos, alentar esperanzas para con la niñez, que es nuestra única forma de inmortalidad, deben ser una sola cosa.


*Artista infantil.