COLUMNISTAS
RUMBO A LAS URNAS

El futuro no es electoral

Parte de la sociedad no abraza el clima de campaña y siente que subsisten problemas de fondo para los que no hay propuestas.

Glup...tenemos patria.
| Dibujo: Pablo Temes

El proceso electoral sigue su propio camino. El entorno del país –la economía, la sociedad, que se mueven a un ritmo que no da descanso– también sigue su propio camino. Ambas rutas podrían interactuar e influirse mutuamente, como muchas veces sucede. Esta vez no es así. Los acontecimientos que tienen lugar y llenan las páginas de los diarios, los debates sobre asuntos relevantes para la sociedad, casi no tienen incidencia en las tendencias electorales; y éstas, a su vez, contribuyen poco a generar propuestas, soluciones o liderazgos capaces de incidir en los problemas. Cada uno va por su lado.

El proceso electoral genera diversas expectativas, con un solo denominador común: pase lo que pase en las urnas, se espera que lo que siga vendrá con algún alivio a los problemas más acuciantes. Si los comentaristas, los especialistas, las personas más informadas o más atentas a la marcha del país, reconocen una agenda de problemas de fondo, escasamente algunos de ellos están colocando expectativas serias en soluciones de corto plazo aportadas por quienes estén llamados a gobernar el país a partir de diciembre próximo. El grueso de los votantes carece de esa agenda o, en todo caso, ni remotamente imagina que su voto pueda ser decidido en conexión con ella.

2015 comenzó con mejores perspectivas en el plano de la economía. Se desacelera la inflación, lo que no es poca cosa. La fuerte suba de los títulos argentinos –acompañada de una baja en la prima de riesgo país– sugiere que los mercados descuentan una recuperación a partir de 2016. El gobierno que venga tendrá sin duda muchos dolores de cabeza para ir poniendo orden en la situación fiscal y en las variables económicas, pero aun así hay confianza en los mercados –y en la sociedad– en que, en el balance de factores positivos y negativos, la situación será manejable y la economía saldrá para adelante. A diferencia de lo que sucede en muchos otros lugares del mundo, en la Argentina todos los candidatos –opositores y oficialistas por igual– representan opciones moderadas y despiertan expectativas de un corrimiento al “centro” del espectro ideológico.

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Estructurales. Pero, al margen de la economía, hay focos de atención acuciantes. Son problemas más “estructurales”, vienen de larga data y se han ido incubando progresivamente. La educación, el narcotráfico y la delincuencia son los dominantes, pero no los únicos. Son problemas escasamente discutidos en los ámbitos públicos. La educación es foco de discusiones importantes en Brasil y en Chile; el consumo de drogas lo es en Uruguay; el narcotráfico y la delincuencia todavía no han encontrado ideas fuerza que permitan avizorar respuestas efectivas de las políticas públicas prácticamente en ninguna parte. En la Argentina tan sólo se registran algunos debates de ideas en ámbitos muy selectivos –y eso, bastante limitadamente–. Por eso, no sorprende el escepticismo que reina en la sociedad y la nula influencia de las ideas sobre ese tipo de asuntos en los debates electorales.

Tampoco sorprende que el interés de la mayoría de la gente por el proceso electoral sea escaso. En otras partes del mundo, el descrédito de la política es notorio, el desprestigio de los políticos crece incesantemente. Hace pocos días, la escritora Rosa Montero publicó en El País de Madrid un comentario apabullante acerca de los políticos, que sin duda expresa el sentir de millones de personas. Rosa Montero se siente conmovida por la seria danesa Borgen –sin duda, excelente–; el éxito de House of Cards, con un enfoque muy similar, habla por sí solo. Entre nosotros, ese fenómeno se vivió con mayor intensidad una década atrás, en los tiempos del “que se vayan todos”. Los políticos aquí no sufren hoy el desprecio que los agobia en otros lugares pero, con pocas excepciones, no gozan de demasiada confianza pública. Y, sobre todo, los procesos que ellos protagonizan interesan poco. Este fin de semana tuvieron lugar cónclaves importantes en los espacios de la UCR y del peronismo no kirchnerista; en el primero de ellos, sobre todo, podrán ser tomadas decisiones muy relevantes para el proceso electoral. A la mayoría de la gente todo eso la tiene sin cuidado.

Otra agenda. Los grandes temas del momento son la muerte del fiscal Nisman, toda la saga de correlatos de esa muerte, los servicios de inteligencia y varios personajes que fueron sus protagonistas. La enorme complejidad que presenta el tratamiento de esos temas, la genuina preocupación que despiertan en muchísima gente, son síntomas de cosas que en la Argentina no están bien, señales de problemas de fondo que permanecen irresueltos a través de los años. Pero no constituyen una agenda para encarar el futuro. E impactan muy poco en el proceso electoral –más allá de demostraciones públicas bastante impresionantes, como la del 18 de febrero o la del 1º de marzo–.

Algunas encuestas –me baso aquí en las que da a conocer Ipsos, pero hay otras coincidentes– registran una baja muy moderada en la tasa de aprobación de la Presidenta durante los últimos dos meses. El candidato oficialista mejor ubicado, Daniel Scioli, no ha sufrido mella en sus intenciones de voto. Los candidatos competitivos del lado opositor –Sergio Massa y Mauricio Macri– han llegado a un punto donde ya no caen ni suben. Suceden cosas, sin duda, pero no provienen de ese contexto del país que a veces alcanza ribetes dramáticos, sino de los más tranquilos eventos propios de la vida política. Quienes siguen con interés o con pasión los avatares de la política tendrán con qué entretenerse durante varios meses. Pero no son –no somos, para hablar con propiedad– tantos. Más personas siguen con parecido interés el campeonato de fútbol y las vicisitudes de los procesos ligados a esa actividad.
Para que los problemas de fondo de la Argentina sean alguna vez atacados seriamente, con medidas de fondo, será preciso que sucedan cosas en planos de la vida de la sociedad que no son los de la política electoral.