Después de pensar largamente, como todas las semanas, me disponía a escribir la columna de PERFIL cuando me sorprendió el futuro y tuve que cambiar de tema. Todo empezó con un tuit que decía: “El mejor álbum de Duke Ellington es uno de sus menos conocidos y suena como nunca”. Agregaba el link a un artículo de Slate, una publicación online. Hice click y llegué a una nota de Fred Kaplan en la que hablaba de Masterpieces of Ellington, un LP de 1951 que vendió muy pocas copias, no llamó la atención en su reedición en CD en 2004 y ahora acaba de ser revivido en vinilo por Analogue, un sello de Kansas del que nunca escuché hablar, pero que Kaplan define como leading audiophile label. Kaplan atribuye el fracaso del lanzamiento original a que se trataba de un disco 33 rpm de 12 pulgadas antes de que se vendieran masivamente los aparatos que permitían reproducirlo.
Pero Ellington aprovechó el espacio para grabar versiones extendidas de sus clásicos y así el disco empieza con una versión de 15 minutos de Mood Indigo. En ese momento decidí que tenía que escucharla. Un día antes le había preguntado en Twitter a Eliseo Brener (el hombre que escuchó todos los discos) qué músico de jazz latino era imprescindible y Brener contestó: Noro Morales. La Wikipedia me informó que era un pianista de Puerto Rico nacido en 1911 (el mismo año que mi padre, que también tocaba el piano y tal vez lo haya conocido). Intenté bajar de la web algo de Morales, llamado “El bárbaro del ritmo”, pero no encontré mucho aunque pude escuchar algún tema suyo en YouTube. Pero YouTube está organizado en base a canciones y yo soy de la época de los álbumes. Intervino entonces Sandra de la Fuente, mi cuñada crítica de música, y dictaminó que lo que yo necesitaba se llama Spotify y me ordenó que pagara 36 pesos por mes para acceder a la versión libre de avisos. Me decidí, descargué el programa, acepté el mes gratis de prueba, busqué “Noro Morales” y allí había más de treinta discos de Noro, que no es ni un poco peor de lo que dice Brener.
Luego, otros amigos me indicaron otros nombres (Marcos Loayza, por ejemplo, sugirió escuchar a Ignacio Cervantes, Gonzalo Rubalcaba, Roberto Fonseca y el Trío Matamoros) y pasé varias horas escuchando salsa, música afrocubana o como quieran llamar este género o combinación de ellos.
Las circunstancias se encadenaron para que, sin terminar el artículo de Slate, visitara Spotify. Comprobé que Masterpieces está allí y le da la razón a Kaplan: es de lo mejor de Ellington (que es como decir lo mejor de Dios). Algún purista dirá que lo que estoy escuchando no se compara con la experiencia de tocar el nuevo vinilo en un equipo sofisticado. Pero no tengo plata para eso y, en cambio, accedí a una pieza increíble al minuto de haber conocido su existencia. Hasta hace muy poco, satisfacer una curiosidad musical semejante habría requerido de tiempo, dinero y determinación en buenas dosis. Esta epifanía se debe a la tecnología digital, pero además del hardware han participado en ella dispositivos como Twitter, Slate y Spotify: es decir, las redes sociales, la crítica online y la música a pedido. Me siento como mi abuelo frente al televisor, aunque Flavia sostiene que el catálogo de películas que le ofrece Netflix es altamente sesgado e insatisfactorio.