No me gusta nada esta insistencia en los antepasados esclavos de Michelle Obama. Como decían mis tías abuelas, “Mala tos le siento al gato”, que es una frase preciosa para decir “sospecho que…” o, peor, “este asunto tiene mal olor”. Si el gato tose, algo pasa. Es posible que se haya tragado una bola de pelos de tanto lamerse (tricobezoar se llama eso y hace muchos años, cuando la gente no era tan civilizada como es ahora, si se encontraba la antedicha bola en el estómago de un animal muerto, animal de pelo, claro está, se la usaba como panacea, remedio para curar cualquier cosa, desde la lepra hasta los callos plantares), pero también es posible que el pobre esté muy enfermo y le cueste respirar en cuyo caso ya podemos empezar a pensar en las honras fúnebres.
Este gato tose. Y es posible que padezca de ambas condiciones, ninguna de las cuales es para alegrarse. Algo se han tragado los tipos y las tipas que hurgan en las tatarabuelas y los bisabuelos para terminar trepando al árbol genealógico de Michelle a ver si encuentran algún fruto dulce y tierno para sus paladares. Le digo, a ella, a Michelle, por su nombre de pila no porque seamos amigas sino porque me gusta. ¿Qué hay? Me gusta. Es sonriente, simpática, bella, desempeña bien su papel, y como yo no tengo que compartir nada con ella, pues entonces soy libre de que me guste. Me gusta además por otra razón. Por aquello del gato que tose. No pesca como el de Balzac, pero tose. No tiene caña y sedal en las zarpas pero hay pequeñas gentes que lo rondan no sé si en busca del tricobezoar o tratando de oír una tos alarmante.
No recuerdo que los opinadores y habladores se hayan ocupado antes, con precedentes presidentes, de los antepasados de sus mujeres. Tal vez esté equivocada pero creo que no. ¿Alguien habló alguna vez de los antepasados de la Laura de Bush junior o de la gordezuela de Bush padre que no me acuerdo de cómo se llamaba, o de la Nancy de Reagan? Nadie. Hablaban de sus perros y a veces de sus maneras de vestirse y casi siempre de las obras de caridad, beneficencia y solidaridad que llevaban a cabo desde sus pedestales de primeras damas, y chau. De las tatarabuelas o de los tricobezoares, nada de nada.
Metamos sin miedo el dedo en el ventilador, que total es un ventilador virtual y no nos va a cortar el índice de la mano derecha. Digo, ¿no será la cosa porque Michelle es negra? No, oiga, no me diga eso, no, no puede ser, si nosotros usted, yo, todas y todos, no tenemos prejuicios, ¿cómo va a ser porque Michelle es negra? ¿Qué? ¿Usted no se había dado cuenta de que Michelle es negra? Pues sí, es negra; negra y bella, muy bella. Y finalmente, si desciende de esclavos, a mí qué. A usted qué. Posiblemente un noventa y nueve coma noventa y nueve por ciento de los afroamericanos que viven en los Estados Unidos sea descendiente de esclavos. Posiblemente todos los americanos blancos, wasps que les dicen, tengan una gota de sangre negra en sus arterias y venas, porque los blancos violaban a sus esclavas negras siete veces por día y mil ochocientas cuarenta y nueve veces por año. Para eso eran esclavas, qué tanto. Y aquí acoto aunque no venga al caso: los franceses llaman esclavage a la esclavitud y, adivine cómo le llaman a la situación de las mujeres oprimidas (usted y yo no, señora, las que viven allá lejos, ¿sabe?). Adivinó: le llaman sexage. En castellano sería esclavitud y sexitud. Me gusta eso, francamente. Y me gusta porque lleva a pensar en lo que solemos negar: en que no somos puros, impolutos, sin mengua y sin mancha. En que cuando tratando de cortar el salamín picado grueso nos hacemos un tajo en este dedo, la sangre que nos sale viene mezclada y mestiza; lujosa, espesa, cargada de una historia que empezó cuando el Australopithecus afarensis se puso de pie y dijo “Vamos, abuela Lucy, salgamos de Africa y veamos qué hay más allá del mar”. Y desde entonces le venimos dando la razón a Borges cuando decía: “Yo tengo sangre inglesa y americana y como todo el mundo, una gotas de sangre judía”. Ah, la sabiduría. Y ya que de citas estamos, una mujer que murió no hace mucho dijo: “No hay nada puro, ni en la naturaleza ni en la cultura”. Ah, otra vez, la sabiduría.
Y en cuanto a eso que usted me insinúa de los prejuicios, no, definitivamente no. No nos hemos tragado una bola de pelos que nos molesta en el estómago. ¿O sí? Si es sí, más vale que lo vomitemos de una vez por todas, que habernos tragado una bola de prejuicios, digo de pelos, no le hace bien a la historia de los hijos de Lucy (que era negra).