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El genio y sus manifestaciones

En la calle Honduras, contra las vías del ferrocarril San Martín, hay un santuario del Gauchito Gil. El país está poblado de esos amontonamientos de trapos y banderas rojas, pero hay pocos en territorio urbano. Los turistas que pasean por la zona en busca de anticuarios suelen confundirse pensando que las banderas son reliquias que sobrevivieron a la internacional socialista.

Quintin150
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En la calle Honduras, contra las vías del ferrocarril San Martín, hay un santuario del Gauchito Gil. El país está poblado de esos amontonamientos de trapos y banderas rojas, pero hay pocos en territorio urbano. Los turistas que pasean por la zona en busca de anticuarios suelen confundirse pensando que las banderas son reliquias que sobrevivieron a la internacional socialista.
A cien metros del altar hay una librería cuyo nombre confunde también a los visitantes y refleja a su modo el contraste entre una mirada local y una extranjera. Se llama “La internacional argentina” y es también un santuario, el de un escritor llamado César Aira, acaso tan criollo como el gaucho Gil. En el local, como si fuera un centro de merchandising de la Coca-Cola, que ofrece una variedad de botellas de la bebida en todas las épocas y países, se pueden encontrar primeras ediciones de Ema la cautiva o versiones de Cómo me hice monja en diez idiomas distintos. Uno de los ítems más raros de la colección se halla expuesto en la vidriera: es una bella edición en griego de Varamo, cuyo título contiene la palabra Humboldt.
La obra de Aira está llena de curiosidades, de extravagancias por así decirlo, fruto de las decisiones que el escritor ha tomado sobre la extensión, la frecuencia y el modo de publicación de sus libros, como si obedecieran a un plan maestro destinado a poblar el mundo de objetos Aira. Hace poco pude escuchar a otro escritor argentino, llamémoslo Fogwill, explicar que ese plan se encontraba en una de las primeras e inéditas obras de Aira y partía, si no entendí mal, de la idea de que el genio artístico, lejos de ser una condición del espíritu cercana al talento o una conclusión de la posteridad, es una construcción de la obra a largo plazo, absolutamente premeditada y que se va expandiendo hasta convertirse por su omnipresencia en el centro de gravedad del pensamiento estético de su tiempo.
Una de las peculiaridades de la bibliografía de Aira es que sus sesenta o setenta libros se reparten entre diversas casas editoras y, salvo excepciones, todos reclaman el estatuto de novela independientemente de su extensión. Un buen ejemplo es su último libro, Las aventuras de Barbaverde, que ilustra la paradoja de Bertrand Russell: es una novela dividida en cuatro novelas.
Es probable que Barbaverde sea el libro más extenso de Aira, y lo lanzó una gran editorial con un importante despliegue publicitario. Pero el libro (la novela) anterior de Aira es un secreto: se llama Picasso y tiene apenas ocho páginas. Es una publicación de Belleza y Felicidad impresa en fotocopias: algo así como el grado cero de la edición. A pesar de su brevedad, esta micronovela es extraordinaria y vuelve sobre el tema del genio y la obra desde varios ángulos. Para empezar, un genio salido de una botella de leche le propone a Aira (o a “un escritor argentino adicto a Duchamp y Roussel”) elegir entre “ser Picasso” y “tener un Picasso”. El pintor, sin duda, fue uno de los personajes prolíficos e innovadores a los que la humanidad ha designado como genio. Pero el Aira del relato no quiere ser Picasso, quiere ser Aira, un genio distinto, un genio que puede leer en un inexistente cuadro de Picasso un relato que remite a algunos de sus temas recurrentes: el procedimiento, el relato infantil, la magia, la espléndida y calculada ingenuidad del arte.
Al final, como ocurre con las historias de genios, resulta que la elección tenía una trampa y el cuadro vuelve al limbo de su inexistencia. Se revela como un objeto fantasma, como lo son a su manera la traducciones que le dan ese aire bizarro a la librería y también el propio libro, que recién después de leído abandona un poco su condición precaria. Pero, como ocurre con el gauchito, los altares se van multiplicando hasta poblar las rutas argentinas. En el caso de Aira es muy posible que estemos en los albores de una religión universal.