“Los años pares competimos contra nosotros mismos, pero los años impares competimos contra los demás”, explica Marcos Peña a los equipos de gobierno para justificar su optimismo, resumido en que Macri sacará más votos que Alberto Fernández/Cristina Kirchner aun en la primera vuelta. La tesis sería que los años en que no hay elecciones, cuando Cambiemos compite contra Cambiemos, o sea contra las expectativas de quienes lo votaron, pierde y desilusiona. Pero en los años electorales, cuando compite contra la oposición, gana porque el miedo al regreso del kirchnerismo (y en algunos casos, simplemente al del peronismo) transforma la desilusión de Cambiemos en convicción de voto por la única alternativa que garantizaría la derrota del populismo. Como cuando Perón decía: “No es que nosotros seamos buenos sino que los otros son peores”.
Es más fácil competir con un gobierno anterior que contra las expectativas propias incumplidas.
El optimismo del Gobierno, potenciado por que Alberto Fernández sea quien encabeza la fórmula kirchnerista, sumado al desencuentro entre los precandidatos de la tercera vía, además tiene un componente de psicología social que podría tener efecto en las próximas elecciones. Se ilusiona el Gobierno con el eventual fin del proceso de duelo en los términos que lo explicaba Freud en su célebre texto Duelo y melancolía, en el que planteó que durante el “trabajo de duelo” se atravesaban gradualmente etapas: quien había padecido una pérdida primero la negaba, luego la sufría de distintas formas y finalmente volvía a desear.
En el proceso de elaboración que implica aceptar que ya no existe aquello que se tenía (o se creía tener cuando lo perdido fue una esperanza), las personas pasan por un estado maniaco-depresivo transitorio que gradualmente van superando. Inevitablemente atraviesan un intenso sentimiento de malestar antes de llegar a la adaptación del yo a ese contexto externo alterado por la ausencia de lo perdido.
El duelo político es una transición psicosocial: cuanto más optimistas hayan sido las promesas, más doloroso será ese duelo y más energía emocional requerirá superarlo. Pero esperan que al momento de tener que votar pueda haber una tregua a los conflictos internos entre quienes no quieren el regreso del kirchnerismo.
Si se le preguntara críticamente al Gobierno “para qué” quiere ser reelecto y se le reclamara exhibir un plan de acción para un segundo período presidencial distinto o mejor que el primero, tácitamente podría responder: “Para que el kirchnerismo no gane”, un “para qué” existencial antes que operativo y sobre el que trabaja la estrategia electoral de Jaime Duran Barba. Un ser antes que un tener. Como irónicamente sostienen algunos en redes sociales: “Entre ineptocracia y cleptocracia, prefiero ineptocracia”, preferencia que seguramente no compartirá aquel cuya subsistencia se vio afectada por el empobrecimiento económico.
Pero tanto si pasara el duelo y Cambiemos fuera reelecto como si terminara ganando la oposición, el verdadero “para qué” asumir el próximo 10 de diciembre tendrá que ser solucionar el problema económico que afecta a la Argentina desde hace una década, pronunciado los últimos años: la inflación, como síntoma, causa y consecuencia de nuestros males.
Pero ni los economistas de Cambiemos ni los del kirchnerismo plantean en sus propuestas electorales solución alguna al problema de la inflación más que su tratamiento a largo plazo para que vaya bajando de más del 40% de diciembre de 2019 (hoy 56%) a un dígito recién dentro de varios años. Si la inflación bajara 20% por año, se tardarían siete años en reducirla del 40% a un dígito.
El año 2008 fue el primero en que la inflación superó el 20% anual, y desde entonces llevamos más de una década padeciéndola. Si por efecto de la duplicación de la inflación que generó Cambiemos (2015 fue 24% y 2019 sería 48%) hubiera que esperar siete años más para alcanzar la inflación de un dígito que Cambiemos había prometido en 2015 para 2019, la sociedad le cobrará con profundo desencanto a quien le toque presidir el país a partir de los próximos cuatro años.
El primer “para qué” de quien gane las elecciones debería ser eliminar lo más rápidamente posible la inflación, lo que no parece ser el primordial objetivo del Gobierno ni del kirchnerismo, salvo que a propósito envíen mensajes opuestos a lo que harán, rememorando los dichos del presidente del Banco Central de Inglaterra en 2005, Mervyn King, quien recomendó engañar a los mercados amagando un movimiento para lograr el opuesto con mayor efectividad, lo que denominó “the Maradona theory of interest rate”, por el segundo gol argentino ante Inglaterra en el Mundial de 1986, con el que engañó a todos los defensores.
Esperan que para octubre la sociedad haya superado la etapa depresiva posterior a una pérdida.
Hace pocas semanas, la revista Bloomberg Businessweek dedicó su tapa a la muerte de la inflación en el mundo: ya casi no quedan países con alta inflación; las excepciones fuera de Africa son Venezuela, Irán y Argentina. Este solo dato debe hacer reflexionar a quien resulte presidente en estas elecciones sobre lo poco que vale integrarse al mundo para luego mostrar una economía con tasas de inflación propias de países no integrados.
La medicina permitió superar enfermedades que quedaron limitadas a países extremadamente pobres. Nuestra inflación sería equivalente en la salud pública a que en Argentina volviera a haber malaria y tuberculosis como en los países africanos que también tienen alta inflación. O que por las calles de Buenos Aires siguieran caminando dinosaurios, como el de la tapa de Businessweek.