COLUMNISTAS
INDEC POLEMICO

El Gobierno tenía razón

Hay quienes comienzan a reconocer que la inflación ha dado la curva y comienza una espiral descendente. El 28 de septiembre, el diario La Nación anuncia con grandes titulares en su portada que la inflación ha bajado a la mitad. Basta una mínima recapacitación para reconocer que la estrategia del Gobierno respecto del INDEC fue la correcta. Si hubiera hecho caso de lo que pedían todos los críticos de su política estadística, habría desencadenado un desastre monumental.

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Hay quienes comienzan a reconocer que la inflación ha dado la curva y comienza una espiral descendente. El 28 de septiembre, el diario La Nación anuncia con grandes titulares en su portada que la inflación ha bajado a la mitad. Basta una mínima recapacitación para reconocer que la estrategia del Gobierno respecto del INDEC fue la correcta. Si hubiera hecho caso de lo que pedían todos los críticos de su política estadística, habría desencadenado un desastre monumental.
Para emplear el lenguaje de los politólogos: imaginemos el siguiente escenario. A pedido del público, de la opinión pública, de los economistas, de los políticos disidentes y de los periodistas, el Gobierno aceptaba los datos de la realidad, o sea, la información que, según aseguraban los expertos, nos transmite el “changuito” del supermercado, que reconoce un 30% de inflación anual. La Presidenta satisface el pedido coral de la muchedumbre mediática y lo echa a Moreno, cambia la dirección del organismo, y refleja desde ese momento el verdadero costo de vida. Lleva a cabo el unánime “sinceramiento” aritmético de las variables económicas.
Una vez tomada la medida, desde el primer día los gremios le saltan al cuello a Cristina, Moyano pone en estado de alerta a los camiones; Barrionuevo tiene a sus gastronómicos y aliados listos para entrar en acción y llenar con sus huestes las calles; la CTA moviliza a sus tropas y paraliza las actividades estatales que dependen de su órbita; UPCN la sigue; los docentes piden aumentos para atrás y para adelante; los dueños de bonos indexados quieren cobrar cada punto de interés lo más rápido posible; los porteros de Santa María no baldean más y no entregan el correo; la Policía se acuartela en demanda de mejores condiciones salariales; los movimientos sociales cortan los puentes y las vías principales de la ciudad; la UIA pide un dólar a cuatro pesos; los del campo ponen en marcha sus tractores y exigen la supresión total de las retenciones y la liberación de los precios de los alimentos básicos; las empresas de servicios, por no poder ajustar bien para arriba sus ya alicaídos precios, dejan de proveer luz, agua y gas; las petroleras no entregan fluido; está en peligro el talón de Aquiles de todo el sistema, es decir el precio del transporte; los gobernadores de las provincias sin superávit, es decir todas, piden urgente fondos para paliar la presión que reciben de todos los sectores; el Congreso está rodeado por una muchedumbre furiosa.
Ustedes dirán que este escenario imaginado no es de fantasía dado que es lo que ya está sucediendo. Pues no, saben bien que esta explosión no ha ocurrido. Si fuera sí, estaríamos en un proceso hiperinflacionario y en un estado de ingobernabilidad.
Reconocer una inflación de 30% como dijimos alegremente los sabios cada hora de cada día, modificar el INDEC era lo mismo que preparar nuevamente el helicóptero a falta de tren bala, y ver las plazas con gente fuera de sí matándose los unos a los otros, ya que hoy se enfrentarían los que gritan: ¡Cleto, Cleto!, y los que braman: ¡Néstor, Néstor!
Por eso, y por muchas otras razones, fue absolutamente necesario seguir mintiendo. De decir la verdad, de aceptar un 30, no quedaría nada en pié, y se iría a 60, y luego ya no se sabe.
¿No lo creen? ¿Querían probar?
El Gobierno tenía otra estrategia. Dado que los precios suben, la demanda cae, la economía se enfría, y la inflación llega a un techo para comenzar a descender. Mientras el cardenal Bergoglio, el rabino Bergman y otros pastores, rezan para que la Argentina evite la stagflación –peste nefasta y duradera– , un milagro hace que en un momento dado, en unos meses, los índices reales de la inflación anual bajen primero a 23%, luego a 19%, el matutino mencionado ya habla de 17%, para llegar a 15,4% y menos aún.
Como la teoría económica ha señalado hace tiempo que la racionalidad aplicada al cálculo utilitario no es la única variable a tomar en cuenta, y que las expectativas de los agentes económicos inciden en la economía real, se sabe entonces que los comportamientos autoinducidos producen un efecto de cascada y orientan el comportamiento del mercado. La subjetividad es un dato insoslayable a tener en cuenta, y el modo en que opera el sistema de miedos y alivios permite que una vez que se habla de baja de la inflación, ésta baje aún más, del mismo modo en que estos meses al decir que los precios aumentaban cada día, éstos crecían más aún.
Por eso mentir respecto del INDEC era parte de la lucha contra la inflación.
Segunda fase. Una vez que los precios comiencen a estabilizarse con tendencia a la baja, ahí sí, la Presidenta Cristina Fernández lo echará a Moreno y nombra a una persona intachable, merecedora de la confianza de nuestros consultores y autorizados comunicadores. Asume la jefatura del organismo e introduce cambios en su metodología para que los índices sean al fin creíbles.
Pero como este venerable señor no es tonto, y sabe que la ciencia sofística es hermana de la estadística, se ve inducido a publicar el primer índice con unos puntos menos que el número supuesto por los especialistas, es decir un 11%, y lo justificará con mil y una razones de metodología, que a pesar de provocar algunas dudas, podrá instalarse como cifra orientadora.
Poco a poco, con este cambio de escenario, la economía llegará a un nuevo equilibrio, no habrá sufrido daños mayores, y retomará un camino de crecimiento quizás más pausado, pero a la vez más sólido.
Se habrá cerrado así un ciclo de despegue económico luego de la debacle del 2001, y cambiará su rumbo de acuerdo a las nuevas condiciones internacionales y locales.
Es por eso que debemos defender y proteger la política de este Gobierno y ayudarlo a engañarnos.
Al menos por ahora, hasta que la verdad y la mentira sean casi tangenciales. No es una ironía, es la realidad la que es irónica. Sería bueno saberlo. La realidad no tiene que ver con la verdad sino con la simulación. Lo saben los etólogos y los filólogos.
Los antiguos –para no hablar en esta nota de los camuflajes de los animales– lo tomaban en cuenta cuando escribían sus dramas trágicos. Esquilo y Sófocles advertían de los desastres que provoca la osadía de todos aquellos soberbios que querían adueñarse de la verdad y hacerse del poder.
La lección edípica muestra que lo real viene disfrazado. Hoy día en que los nombres imperiales de aquellas gestas no están ausentes –tenemos a Cleto, Julio César, Aníbal, Néstor– bien podemos inspirarnos de la herencia clásica, y, también, de la historia de los héroes de nuestra nacionalidad.
“Viva mi patria aunque yo perezca” dejó dicho con su último hálito Moreno Mariano. No sé qué dirá Moreno Guillermo luego de su sacrificio, “viva el INDEC aunque yo desaparezca”, vaya uno a saber, en todo caso, lo recordaremos siempre.
*Filósofo.