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El goma y la goma

¿Qué premisas, si no las del más deplorable machismo, pueden llevar a pensar que esas chicas rusas a las que han filmado diciendo chanchadas han caído en el burdo engaño que perpetró un vivillo argentino?

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¿Qué premisas, si no las del más deplorable machismo, pueden llevar a pensar que esas chicas rusas a las que han filmado diciendo chanchadas han caído en el burdo engaño que perpetró un vivillo argentino? Ahí están, en efecto, repitiendo con un obvio acento eslavo el guión del que, entre risas, le dicta frases obscenas; ya circulan, en efecto, en el infinito de la red, hablando de tiradas de goma y otros temas semejantes.

¿Por qué pensar, sin embargo, que han caído en una trampa por demás tan evidente? Es decir, ¿por qué pensar que son tontas? ¿Por qué pensar que son ingenuas y crédulas y presumen estar pronunciando palabras de muy otro tenor? ¿Por qué asignarles un lugar pasivo, un quedar siempre a merced del varón, que dispone y las engatusa y las arrastra a hacer lo que él quiere y lo que ellas, si supieran, no querrían: lo que ellas, si al menos sospecharan, se negarían a hacer? ¿Y por qué concebirlas, en fin, siempre en condición de desvalimiento y precisadas, en consecuencia, de asistencias y socorros?

Machismo: machismo puro. Porque es así como el machismo tiende a pensar a las mujeres. Mejor sería considerar, por el contrario, según creo, que si esas chicas rusas accedieron a grabar esos videos es porque quisieron. Que advirtieron, de inmediato, que las palabras que admitieron repetir podían significar cualquier cosa, y se prestaron de buen grado; tal vez porque no les importaba, tal vez porque las divertía, o tal vez, por qué no, tanto mejor, porque, al hacerlo, convertían al instante al piola argentino en un verdadero salame a cuadros.

Puro poder de género: mirar a cámara con sonrisa plena, repetir con falsa docilidad las palabras suministradas, y tomarse en joda al perejil que cree que les está haciendo una joda a ellas; señalar con displicencia su rango: el de ese tramo de la infancia en el que las palabras soeces dan gracia, porque son nuevas; o el de esa parte de la edad del pavo en la que las calenturas, sin sentido definido, van a parar un poco a cualquier parte; o el de un sentido del humor y del sexo moldeado en Jorge Corona; o el del goma que, a todas luces, no sabe bien qué hacer con la goma.

Recordarán sin dudas a Ranko Fujisawa: aquella japonesa que cantaba tangos por fonética. ¿Se trata acaso de eso? Yo creo que no. Pienso más bien en Tita Merello: la que se encargaba del que se creía muy vivo, y lo convertía en un perfecto gil.