Entro en la librería Arcadia y me encuentro con los libros de Almadía, una editorial mexicana que nunca había visto antes. Fundada hace cinco años y con sede en Oaxaca se propone –según su página web– editar “libros bellos y de precio accesible”. No sabría decir si lo del precio es cierto, pero los libros de Almadía son bellos y además son muchos. En el catálogo hay nombres conocidos como Bellatin, Pitol, Villoro o Le Clézio, pero abundan los títulos de un autor del que no había oído hablar hasta entonces: Leonardo da Jandra. Hojeo sus libros, leo las contratapas y no logro ubicarlo en un registro conocido, aunque me llama la atención la diversidad de géneros: desde el ensayo filosófico La gramática del tiempo a una novela rural como Huatulqueños. Finalmente compro cuatro: la edición revisada de Entrecruzamientos I, II, III (cuyas partes se editaron originalmente entre 1986 y 1990), Samahua (1997), Bajo un sol herido (2000) y Zoomorfías (2005).
Semanas más tarde decido leer a Da Jandra, del que a esa altura sé que nació en Chiapas en 1951, se crió en Galicia, estudió en Europa, volvió a México y se refugió en una playa casi inaccesible de la costa de Oaxaca con la pintora Agar García (allí se filmó la infame película Y tu mamá también). De allí acaba de ser desalojado después de treinta años de vida semisalvaje. No sé por qué libro empezar y se me ocurre leerlos todos a la vez, alternando un capítulo de cada uno. Entrecruzamientos es una novela de más de mil páginas, una saga de aprendizaje que recuerda a los libros de Carlos Castaneda; aunque Da Jandra prefiere el mezcal al peyote, utiliza un tono realista y se toma algunas irónicas libertades con el lenguaje (“baste como muestra esta anécdota decidora de la huitzilopóchtlica fieredad con que trataban los descendientes de la raza de bronce a los visitantes del imperio tecnoláctrico”). Siempre pensé que el hoy olvidado Castaneda era un autor subvalorado y resulta grato revisitar sus dominios.
Los relatos de Samahua descubren a un narrador potente, una especie de Faulkner truculento dispuesto a agotar los horrores de la vida en Huatulco, su condado de la selva costeña con sus nativos, sus gringos y sus políticos, sus asesinatos, sus entreveros sexuales y sus depredaciones de la naturaleza. La descripción del coito del campesino Juvenal con su burra Consentida es un pasaje magistral, digno de una antología de los momentos más bizarros de la literatura. Zoomorfías, a su vez, es una mirada sobre Huatulco en clave mitológica, una colección de fábulas donde humanos y animales se transmutan.
Muy distinta a ambas es Bajo un sol herido, acaso la primera novela feminista escrita por un hombre. Trilce, una escritora gallega nieta de César Vallejo, llega a México para seguir los pasos de Valle-Inclán y encontrarse también con las huellas de Lowry y de D.H. Lawrence, pero se topa con lo más siniestro del machismo mexicano y, especialmente, con la violencia de sus intelectuales funcionarios, siervos de los políticos y escritores de discursos oficiales. Esos villanos son una especie todavía desconocida en la literatura Argentina, pero su presencia se comienza a insinuar en los flamantes hábitos de merodeo del poder de nuestros intelectuales.
Bajo un sol herido es también una novela de iniciación un poco sadeana que se sitúa en la encrucijada de las culturas indígena y española de las que Da Jandra es el resultado y que nunca terminan de detestarse y humillarse mutuamente. Es una novela divertidísima, que me hizo traicionar un poco el plan original de lectura y concluir que entre los escritores de su generación sólo Roberto Bolaño –otro mexicano extranjero– supo manejar una prosa tan contundente como la de este curioso personaje.