Siempre hay que insistir en ser uruguayo. Mientras en algún momento los escritores argentinos se debatían entre ser arltianos o borgeanos, Juan Carlos Onetti aprovechaba su posición lateral en la literatura del Reino del Plata y tomaba sin ningún problema para su nueva novela, La vida
breve, el lenguaje y las situaciones que eran comunes a Roberto Arlt y la operación mental de Borges. Un guionista escapa de un infierno inventando una ciudad ficticia donde después continúa la ficción, contestando la pregunta que uno se hace al final del cuento Las ruinas circulares, de Borges. Mario Levrero en realidad se llamaba Jorge Varlotta, pero firmaba sus novelas con su segundo nombre y su segundo apellido. Aunque él sospechara muchas veces que podía ser un alienígena, era uruguayo. Como Philip Dick, sufrió esa sensación de intentar apagar una luz que no estaba en el lugar donde pensaba. Lo que le generaba una sospecha sostenida sobre la realidad.
Se acaba de publicar Interrupciones, una serie de 126 textos que Levrero escribió para la revista Posdata. Levrero es un cartógrafo de la incomodidad de estar en el mundo: “Pienso que hay pequeños trozos de mundo que a lo largo de nuestra vida y a fuerza de recorrerlos vamos incorporando como algo conocido, aunque en realidad no lo son. Sólo hemos aprendido a movernos por ciertos lugares con mayor facilidad que por otros, somos como murciélagos que chillan en la noche permanente de su ceguera y sólo reciben del mundo el rebote de sus chillidos”.