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El horror del dinero

1-11-2020-Logo Perfil
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Solo a través de un desquicio, de una deformidad más allá de cualquier gozne, se podía hablar a calzón quitado de este tema: la relación entre dinero y producción artística independiente. Alejo Moguillansky, Luciana Acuña, Gabriel Chwojnik y Matthieu Perpoint ya lo habían hecho hace unos años con su obra de teatro Por el dinero. Remasterizados por el equívoco y la terca pasión, levantaron la apuesta y Por el dinero es ahora una película. La más rara, vital, escurridiza y amantísima que probablemente veremos este año tan lleno de verrugas.

Si bien la obra teatral ya jugaba a mezclar ficción y realidad (los actores leían y comparaban sus facturas de gas o luz con sus ingresos, en una suerte de acto posdramático obsceno que haría escándalos en países protestantes –como Alemania– donde hablar de dinero personal es peor que tener sexo en público) ahora la película bordea una categoría que podríamos llamar poscine, si no fuera porque lo de pos suena a epitafio. Acá hacen lo mismo y –curiosamente, como en cualquier experiencia caótica e iterativa–, a condiciones iniciales parecidas atravesadas por procesos insondables, el resultado es muy distinto y habla –antes que de sus temas– de aquello que está vivo y que se mueve solo entre nuestros planes de hacer forma.

La cosa es así: un festival real los invita a Cali con la obra de teatro. Pero como no les pagan los pasajes, nuestros héroes trágicos (lo son en términos muy clásicos) encuentran –como hacemos todos– la grieta en el sistema. Un proyecto del Estado les financia los pasajes si ellos producen un material audiovisual para la tele, documentando la gira. Algo así como mostrar artistas argentinos viajando por el mundo. Un reality de vanidades y fechorías varias, sazonadas con algo de ficción para agrandar la costumbre. Una cámara volcada hacia adentro para ver si de allí se saca alguna moraleja.

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No se saca. Lo que sigue es una suerte de reinvención de la desgracia en clave Jacques Tati. Todo en esta película es trágico y hermoso, desaforado, saturado; los personajes se chocan con su propia escena, se exageran y se ponen situaciones confesionales humillantes, la mayoría son mentira pero ya no importa, porque la plata en juego es real y tiñe toda fantasía argentinoide de una oscura pátina de trascendencia universal y afrancesada. No es raro que la película se haya estrenado en Cannes; más raro es –o no– que haya que esperar tanto para que se estrene en estas pampas siempre asoladas por la incomprensión y el desfasaje. Esta semana tuvo un fugaz estreno y despedida por la sala Lugones del Teatro San Martín. ¿Por qué así? ¿Dónde estará el cine cuando estas joyas, estas orfebrerías rebuscadas y entretejidas al calor de mil talentos, dejen de encontrarse con sus públicos? Un arte impuro, vivo, en movimiento; una obertura musical magistral para un derrumbe colectivo, que es de todos.