¿Será también la performance una jactancia de los intelectuales? Me lo pregunto en una noche fría del mes de mayo. El largo verano acaba de remitir y Diego Bianchi, un íntimo amigo, me invitó a ver su trabajo que se muestra en el marco de la Primera Bienal de Performance. Es en el Centro de Arte Experimental de la Usam. La performance se llama Under de sí y está dirigida por Diego y por Luis Garay. Hago una larga cola para entrar y creo, no sé por qué, ya que nadie me dijo nada, que voy a ver un espectáculo de danza con la escenografía de Diego. No sabía nada del mundial de la performance que se está desarrollando en el país y con Marina Abramovic en el lugar de Messi. Cuando uno va a ver un cuadro de Pollock sabiendo que eso es un Pollock y lo que significa en la historia del arte, está ya condicionado para opinar. Así que en parte celebro cuando ante mis pies, literalmente, surge lo inesperado. No es un ballet –al menos no en la forma tradicional– y entramos de a uno a un recinto inmenso y pasamos por un túnel de luz. Pienso que éste es el túnel de luz que dicen que vemos cuando morimos. Caminamos sobre una tabla que tiene debajo gente que la sostiene, aplastada. Una vez que cruzamos este puente, tenemos la visión de un montón de situaciones, enmarcadas por personas, materiales, retazos de cuerpos que se mueven, lenguas, olores, detritus, que parecen descomponerse a medida que avanzamos. No conozco el trabajo de Luis Garay pero sí admiro mucho el de Bianchi. Sus desiertos entrópicos, sus zonas de exclusión, su relevamiento de materiales horribles me hizo pensar, una vez, en qué dice de nosotros lo que no nos gusta. A veces, lo que no nos gusta es más poderoso que lo que nos gusta. Hoy, mientras escribo es un día de sol apacible, pero las imágenes que vi anoche vuelven una y otra vez: la bailarina desnuda con un cuerpo elástico y poderoso que parecía hablarle directamente a mi pene, las lenguas que sobresalían de unos agujeros y se relamían tomando miel o algo similar. No sé. Lo primero que provoca la performance es incertidumbre. ¿Qué mierda es esto?, decimos. Y nosotros, invitados a la performance, paseando por ahí y mirando, ¿no somos performance? Pasan dos policías –mujer y hombre–, les pregunto si son parte de la performance, pero me preguntan: “¿Qué dice, señor?”. Les vuelvo a preguntar. No me contestan. Creo que están ahí para que no se descontrole la performance. Esa es una cualidad de estos trabajos, inundan todo de su sinsentido. Hay algo de las obras de El Bosco dando vueltas por el éter. Imágenes decadentes, obras espantosas y quietas del museo que acá, durante la noche, cobran vida. Under de sí tiene textos que lo acompañan y que nos entregan en un folleto. Pero son innecesarios, no agregan nada, en realidad sulfatan el trabajo. A esto hay que verlo con los ojos de la mente. Y siempre hasta que la mente nos separe.