COLUMNISTAS
fertil y extraordinario

El kirchnerismo explicado

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Quiero decir palabras definitivas sobre el kirchnerismo. Una o dos columnas atrás (ni yo me acuerdo el orden; no sigo el hilo de mis pensamientos y tampoco estoy seguro de que piense tanto ni cosas tan distintas) mencioné mi disfrute sobre una clase televisiva donde se afirmaba, analizando un cuento de Borges, el modo en que el autor producía un aparato de ficción que ingresaba de a poco en la realidad para cambiarla definitivamente, para volverla por completo ficticia. Este cuento, es evidente, invertía el criterio de análisis estético habitual, que valora la literatura en tanto reflejo idóneo de una realidad preexistente (social, política, antropológica, etc etc). Stendhal, el maestro del folletín del siglo XIX, creía por ejemplo que la literatura es un espejo que se pasea a lo largo de un camino, y por supuesto nunca dijo a qué altura ni en qué dirección (Beckett se habría contentado con ponerlo a la altura de las patas de los caballos, y habría contado cómo subían y bajaban en el galope). El modo en que la ficción produce realidades es entonces el asunto central de la literatura. Creo haber contado alguna vez aquí lo que leí acá o allá sobre san Ignacio de Loyola, el mentor de Francisco. San Ignacio era un soldado que defendía una fortaleza de un ataque enemigo –de quién, no sé, ni la historia ni la memoria son mi fuerte– cuando una bala de cañón, al rozarlo, le partió una pierna. Obligado al reposo, el futuro santo buscó pero no encontró novelas ligeras, libros de aventura, para distraer su ocio: sólo había un ejemplar de la Biblia. La reiteración forzada de aquella lectura única (que a Dios gracias suprime con ventaja la necesidad de otras, faltaba más), la respiración del texto lo llevó a cambiar de rumbo y nos llevó a respirar de acuerdo con los modos prescriptos para la orden de sus monjes en los Ejercicios Espirituales. ¿Qué habría pasado de haber encontrado don Ignacio un Esplandián, un Amadís de Gaula en la biblioteca del lugar? No lo sabemos, pero sin duda hoy el mundo no disfrutaría de un papa argento y peronista que obliga a la sumisa corte política local a beber de hinojos de la fuente de sabiduría que mana de tan excelso compatriota.

Para dejar de fastidiar con Borges, vayamos a alguien más populachero y chabacano: Cervantes. En la primera parte de su novela más famosa (no es Las sombras de Grey, señora), el autor realiza una operación quizá más extrema que la borgeana, porque coloca a un personaje extraordinario y brillante y medio lelo, confuso por la lectura de anacrónicas y fantasiosas novelas de caballería, sale a operar de acuerdo con los códigos de una realidad desprendida de la lectura, sin percibir la realidad “verdaderamente existente” (la que cuenta la novela). Pero el lector y el mundo español perciben la realidad del libro, y pronto se publican versiones y continuaciones de las inusitadas aventuras del flaco hidalgo, por lo que Cervantes se ve obligado a escribir una segunda parte (la buena), en la que el mundo (narrativo, pero postulado como real) ha enloquecido y sale al cruce del jinete para, procediendo de acuerdo con sus términos dementes, enfrentarlo, darle un electroshock por imitación y contraste, y conducirlo a la cordura, justo cuando don Quijote ha empezado a advertir que las reglas de ese mundo no son las de su ficción mental, pero se siente obligado a sostenerlas porque, en fin, genio y figura hasta la sepultura. Y entonces vivió loco y murió cuerdo, etc.

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Lo extraordinario y fértil del kirchnerismo es que construyó de movida una totalidad interpretativa de lo real, que, por representación pública, no admitió fisuras. En este punto, no importa que esa construcción –que es crispada y beligerante, porque se enfrenta a otras versiones que también se postulan legítimamente como verdades excluyentes– tenga cotejo con la experiencia del mundo como tal, porque la épica, su persuasión como género, no depende necesariamente del resultado inicial, sino del efecto final sobre la mente ajena. Tal vez por eso, melancólicamente, un editor me contó una vez que cuando un peronista quiere publicar un libro le pagan un anticipo, y cuando lo intenta un radical, a veces le cobran el costo de la edición por adelantado.