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El laberinto: salarios, tipo de cambio y productividad

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Hablando del bienestar de una sociedad dice Krugman que, en el largo plazo, la productividad lo es casi todo. Para explicarlo sencillamente, el aumento de la productividad significa producir más cantidad de bienes y servicios con igual cantidad de recursos productivos, lo que mejora la competitividad, permitiendo bajar los precios o incrementar los salarios reales o un poco de cada cosa.
Los trade-offs de corto plazo en la economía son desagradables porque son ejercicios que se deben hacer con la productividad constante e implican aceptar un “mal” para alcanzar en el largo plazo un “bien”. En países como Argentina, una de las principales expresiones de este trade-off es la relación inversa en el corto plazo entre el tipo de cambio real (TCR) y el salario real. En el largo plazo, el sostenimiento de un TCR competitivo permitiría mejorar la estructura productiva y la productividad y, consecuentemente, los salarios reales.
En un trabajo reciente P. Gerchunoff y M. Rapetti (La economía argentina y su conflicto distributivo estructural-1930-2015) utilizan el concepto acuñado por Julio Olivera, a principios de los 90, de equilibrio social diferenciado del de equilibrio de mercado para explicar el conflicto distributivo en distintos momentos de pleno empleo de la historia. Así, mientras el salario real de equilibrio de mercado es aquel compatible con el equilibrio interno (pleno empleo) y externo de la economía, el salario real de equilibrio social se define como el que cumple con las aspiraciones de los trabajadores. Es claro que este salario real social no es observable, es una aproximación. La manera especular de ver este conflicto es mirando los TCR que se corresponden a cada uno de estos niveles de salarios real: el TCR del equilibrio social es más bajo que el TCR del equilibrio de mercado. Es decir, el nivel de salario real social implica una moneda local más apreciada que la que determina la productividad de la economía.
La hipótesis de trabajo plantea que, a partir de la crisis del 30, en los momentos de pleno empleo se instalaba la tensión distributiva que se dirimía entre el TCR de equilibrio (interno y externo) y el TCR social. En los distintos momentos históricos fueron diversos los mecanismos que permitieron financiar esa divergencia entre ambos TCR: el endeudamiento externo (Martínez de Hoz), los dólares comerciales de los altos precios de las materias primas (el peronismo hasta la crisis del 49) y el control de cambios más la política comercial proteccionista (49-52 y 2011-15). Todos estos “financiamientos” se terminan en algún momento y sobrevienen los episodios megadevaluatorios que intentan corregir los precios relativos. Así, el kirchnerismo mantuvo un nivel de ingresos que no se correspondía con el nivel de productividad de la economía ni con sus equilibrios, a partir de consumir las reservas de un ciclo de excepcionales precios de materias primas y utilizar la represión financiera y comercial externa.
La devaluación de fines de 2015 trató de corregir el atraso cambiario que, sin reservas ni súper precios y un nivel de empleo en retroceso, empezaba a ser difícil de sostener. La pregunta que deja planteada el trabajo es si en la actual coyuntura no reemerge esta tensión distributiva. Si la respuesta fuera positiva, un nuevo ciclo de “atraso cambiario” tal vez se financie con los dólares provenientes del endeudamiento externo.
Propongo que miremos el tema desde otra perspectiva, complementaria de esta, valiéndonos de un reciente trabajo de R. Frenkel (La inflación en la Argentina en los años 2000) que, desde una tradición también heterodoxa, trata el tema desde la formación de precios. Retoma su trabajo de fines de los 80 sobre la dinámica inflacionaria a partir del comportamiento diferenciado entre los precios flexibles (pflex), los precios regulados (preg) y los precios fijos (pfix). Los pflex (verduras, frutas) son aquellos que se fijan en mercados competitivos, precios determinados por una oferta fija en el corto plazo y por la variación de la demanda. Los preg son los de los servicios públicos (agua, gas, electricidad, transporte público) que son tarifas determinadas por el Gobierno. Los pfix (bienes industriales) se determinan por el costo variable medio de producción más un margen que cubre otros costos y utilidades. En el modelo postulado, los pflex y los preg son exógenos, en tanto que los pfix son determinados por la inflación pasada, el valor en dólares de los bienes importados intermedios y los exportables, el tipo de cambio nominal, los salarios medios y la productividad del trabajo.  
Del análisis sobre la inflación en los años post-convertibilidad, se observan comportamientos interesantes. Entre 2001 y 2015, la Canasta Básica Alimentaria lideró el proceso inflacionario, multiplicándose por 24, en tanto el IPC lo hizo por 14 y los precios regulados por 7. En los bienes agropecuarios se muestra una diferencia entre los transables, que siguieron el oscilar del precio internacional (soja, maíz), y los no transables (frutas y verduras y, desde las restricciones a la exportación, la carne) que tuvieron un proceso alcista dado el exceso de demanda. El precio internacional de los bienes intermedios importados, por su parte, muestran un comportamiento muy correlacionado con el precio industrial en dólares de Brasil, similar al de la soja. El salario real alcanza el nivel del 2001 en 12/2005 y su máximo a mediados de 2013 (43% superior a 12/01), momento en que también alcanza el máximo nivel en dólares (85% superior a 12/01). Es interesante observar que el salario en poder de compra de la canasta de alimentos y bebidas nunca recupera el nivel de 12/01, siendo en 2015 antes de la devaluación 10 % inferior a aquel momento. Entre 6/2003 y 8/ 2015, el incremento salarial anual medio supera en 3,5 pp la suma de la tasa anual de inflación pasada más la tasas de productividad.
Del modelo uno podría inferir hacia adelante que, dada la indexación salarial, el sinceramiento tarifario y la inercia inflacionaria, la tentación de congelar el tipo de cambio nominal, para que cumpla el rol de ancla anti-inflacionaria, puede ser grande. Porque, además, en este punto se encuentra el atajo para solucionar la tensión distributiva estructural y la dinámica inflacionaria. Esperemos que esta vez sea distinto y apostemos al arduo camino del incremento de la productividad y la mejora del salario real a lo largo del tiempo, atado al sostenimiento de un TCR competitivo.

*Desde París.

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