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HEROINA FILIPINA

El legado de Cory Aquino

La muerte de la presidenta Corazón Cojuangco Aquino, “Tita Cory” para la mayoría de los 92 millones de filipinos, deja tras de sí una valiosa herencia: un legado de libertad que las Filipinas llegaron a compartir con pueblos oprimidos de todo el mundo.

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La muerte de la presidenta Corazón Cojuangco Aquino, “Tita Cory” para la mayoría de los 92 millones de filipinos, deja tras de sí una valiosa herencia: un legado de libertad que las Filipinas llegaron a compartir con pueblos oprimidos de todo el mundo, pues su revolución fue la primera de la ola de “revoluciones de terciopelo” que liberaron a innumerables millones de personas desde Manila hasta Seúl, desde Johannesburgo hasta Praga, Varsovia y Moscú.

De hecho, la llamada revolución del “poder del pueblo” de Aquino es uno de los momentos que constituyen un mayor motivo de orgullo de la historia de mi país y la contribución distintiva de nuestro pueblo a la larga lucha de la humanidad por la libertad y la dignidad.

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Cory Aquino motivó a los filipinos comunes y corrientes para que alcanzaran grandes cimas de audacia y generosidad en un momento en que una dictadura de 14 años los había desmoralizado. Mientras su marido, Ninoy Aquino, vivió, ella, como modesta pero solícita esposa, fue la influencia estabilizadora que atemperó su dinámica personalidad, pero después del asesinato del senador Ninoy Aquino en agosto de 1983, ella dio un resuelto paso adelante para desempeñar su papel de dirigente política de la oposición democrática de mi país a un régimen despótico y muy enraizado.

Sin histrionismos ni pretensiones –“diciendo simplemente al pueblo lo que el dictador ha hecho a este país”–, conmovió los corazones de todos los filipinos amantes de la libertad, pues el dolor del traumático asesinato de su marido por el régimen evocó en ellos su propio sufrimiento y sus frustradas esperanzas.

En su nombre, los filipinos conscientes movilizaron a sus familias y vecinos para afrontar los tanques, los fusiles y las alambradas de las cohortes del dictador y, con la infinita sabiduría de Dios, la militancia de las personas comunes y corrientes irrumpió en la revolución no violenta que derrocó a Ferdinand Marcos.

Nosotros, los soldados y policías que la respaldamos, nos sentimos fortalecidos por el férreo fondo de valores y principios de Cory. En una crisis tras otra, durante su presidencia, ejemplificó la inquebrantable firmeza en el ejercicio democrático del poder como dirigente-servidora. Cory ejerció la dirección política como comandante en jefe, pero confió en el Departamento de Defensa y en las Fuerzas Armadas para que desempeñaran sus funciones frente a los nueve intentos de golpe, todos los cuales resultaron frustrados. Todos aquellos motines fueron situaciones de vida o muerte que amenazaron la estabilidad nacional y, aun así, ella nunca flaqueó.

La oración y la devoción espiritual fueron componentes importantes de las tareas diarias de Cory y una influencia importante en su adopción de decisiones y relaciones personales.

En el tumulto del período posrevolucionario, Cory presidió con asombrosa imparcialidad las inevitables rivalidades entre bandos diferentes del espectro político y –lo que es más importante– dio el impulso para que las Filipinas recuperaran una posición de respeto, dignidad e incluso admiración en la comunidad de naciones.

De modo que la muerte de Cory Aquino ha dejado huérfana, en muchos sentidos, a la nación filipina. Los que aquí seguimos le debemos la obligación de salvaguardar su legado de libertad y enriquecerlo con la justicia social y la unidad en la construcción de la nación, pues hasta el último momento de su lucha con el cáncer siguió propugnando la transformación individual y, en el caso de los elegidos para dirigirnos, una administración desinteresada.

Pero la liberación que nos aportó fue sólo una batalla en la lucha generacional que el pueblo de las Filipinas debe reñir para conseguir su liberación de la pobreza, la desigualdad y la injusticia. No estamos predestinados al éxito en esa guerra, sino que sólo podemos ganarla mediante el sacrificio voluntario, la lealtad al deber y medidas concertadas en pro del bienestar de nuestro pueblo.


*Presidente de Filipinas entre 1992 y 1998. Copyright: Project Syndicate, 2009.