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El libro como espectáculo

¿Hasta qué punto es la Feria del Libro para los escritores como el festival de teatro para los actores, o el de cine para quienes hacen películas? Es decir: ese hermoso evento que organiza toda la agenda y somete a los otros parcos once meses. Esos días de excitación y algarabía.

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¿Hasta qué punto es la Feria del Libro para los escritores como el festival de teatro para los actores, o el de cine para quienes hacen películas? Es decir: ese hermoso evento que organiza toda la agenda y somete a los otros parcos once meses. Esos días de excitación y algarabía.

Trato de recordar alguna cara conocida que me haya dicho: “¡Qué bueno, se viene la Feria!”. Pero no me viene ninguna. Yo mismo la evito como si me pudiera pasar algo malo. Algo que no sé qué es. ¿El aburrimiento? O sea, ¿eso que rara vez me pasa con un libro?

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No pretendo minimizar el gran evento. Es claro que en un libro se cruzan dos ejes inconciliables: uno es literario, y tiene que ver con la literatura, es decir, con el mundo todo. El otro es mercantil, y tiene que ver sólo con una partecita del mundo: el mercado.

La Feria del Libro no es, por más que le metamos ganas, una feria de la literatura. Es un rito dedicado a esa otra alma del libro que es mercachiflera, y que se monta saprofita sobre la magia de la literatura.

¿Funciona como evento? Nunca encuentro las novedades. Una vez yo presentaba mi libro, y mis editores habían olvidado exhibirlo, o estaba en unas cajas, no entendí bien. Así que lo presenté con gestos pero sin libro. Total, estaría en cualquier librería.

De adolescente no concebía que la materia literatura (que, pese a mis amables profesores, me resultaba la más horrible de las once) ocupara tantas o más horas que geografía o matemática, que sí eran estudiables. ¿Por qué sería materia de evaluación lo que no era un objeto de estudio: la lectura? Atravesé la escuela creyendo que literatura era la historia de la literatura (mal contada), y que poco tenía que ver con la experiencia del mundo tal como aparece en nuestra única herramienta para asirlo (las palabras). Con la Feria me rondan esos fantasmas adolescentes: el objeto feliz de la escritura pasa muy a segundo plano, y se ve todo lo otro: los stands, los puestitos de panchos, las instituciones preterliterarias (como el Ejército o la Armada, que venden misteriosas publicaciones). Es una visita rara. Si los libros dependen de ella, que siga ocurriendo. Yo –mientras tanto– haré lo que pueda.