¡El libro ha muerto, viva el libro! Es de eterna duración y se renueva como el rey de otros tiempos. Mucho Internet, e-books y demás amenazas que vienen en forma de pantalla, pero este insuperable amigo que suele tener buen lomo sigue vivito y procreándose a todo trapo. Si lo dudan, vean las fiestas que se organizan en su honor. Y lo digo con conocimiento de causa: este año el destino me trajo a numerosas ferias del libro. Todo empezó en La Habana, donde la Argentina fue invitada de honor y la pasión por la lectura se desplegó hasta por el parque del Fuerte Cabañas, tan enorme que Felipe Segundo decía poder verlo desde El Escorial. Vinieron después Buenos Aires, cada vez más espléndida, y Bogota, capital este año del libro, también vasta, y Lima con su feria íntima, entrañable, y Caracas al aire libre en carpas, a puro trópico, y ahora Guadalajara. La fiesta de las fiestas. La vi nacer, casi, cuando los stands ocupaban un pequeño rincón del predio y los salones de lectura estaban armados con frágiles mamparas.
Años después la celebración comenzó en lo que el muy recordado R.H. Moreno Durán supo llamar el Tequila Express, cuando la UNAM invitó a un grupo de escritores latinoamericanos, nos trajo en antiguo tren nocturno y fuimos recibidos con mariachis. Hoy en Guadalajara parecen converger todos los escritores del mundo y a la alegría del encuentro se suman el Premio Sor Juana a nuestra Tununa Mercado y el Gran Premio FIL a ese sublime novelista que es Fernando del Paso.
Y si es cierto que consideramos la feria según cómo nos va en ella, el libro debe de sentirse como lo que es, el rey de la creación.