COLUMNISTAS

El maquillaje se corre

En una situación normal destacar que las tres caras nuevas que incorporó al Gabinete Cristina Kirchner desde que asumió la Presidencia tienen en común la edad y la altura sería frívolo y reduccionista. Pero quizás en esta Argentina se trate de una observación reveladora de una forma de gobernar, donde los gestos y la construcción del relato son más importantes que la propia realidad.

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Good looking. Granaderos de Cristina: Martín Lousteau tiene 36 años y mide 1,93; Florencio Randazzo tiene 44 años y mide 1,89; y Sergio Massa tiene 36 años y mide 1,83.

En una situación normal destacar que las tres caras nuevas que incorporó al Gabinete Cristina Kirchner desde que asumió la Presidencia tienen en común la edad y la altura sería frívolo y reduccionista. Pero quizás en esta Argentina se trate de una observación reveladora de una forma de gobernar, donde los gestos y la construcción del relato son más importantes que la propia realidad.
Que Sergio Massa tenga 36 años y mida 1,83; que Florencio Randazzo tenga 44 años y mida 1,89; y que Martín Lousteau tenga 36 años y mida 1,93, podría responder al casting de una teatralidad política, consciente o inconsciente, cuyo objetivo principal sea mostrar una cara renovada del kirchnerismo, moderna como desplazamiento de la juventud y cosmopolita como desplazamiento de la buena presencia, para disimular lo viejo, lo antiguo y silvestre o tosco de los incondicionales como De Vido, Moreno o Jaime; de la misma forma que la oratoria articulada y la vestimenta esmerada de Cristina Kirchner comunicaron una idea de cambio sobre la inconexa oralidad y la desprolija indumentaria de Néstor Kirchner que aún no tuvo correlato en las cuestiones de fondo.
Los símbolos son herramientas de comunicación de potente impacto y necesarios  para cualquier gobierno: la birome Bic de Néstor Kirchner o el cuadro de Videla bajado por el jefe del Estado Mayor del Ejército enviaron a la sociedad un mensaje más penetrante que varios discursos. Pero estas imágenes pasan a ser altamente autodestructivas cuando el propio emisor confunde su construcción con la realidad, como no pocos miembros del Gobierno dicen en privado que sucede con los números del INDEC de Moreno, a los que Néstor y Cristina Kichner creerían reales asignando a todas las otras mediciones intenciones políticas.
La vertiginosa suba del riesgo país y la caída de los bonos argentinos de los últimos días envían una señal más de incredulidad sobre las cifras del INDEC. Pero desde el Gobierno, siempre se podrá interpretar esos datos como “un golpe del mercado” para forzar el alejamiento de Moreno, de la misma forma que lee  las encuestas de popularidad –cuyos últimos datos arrojan una imagen negativa de la Presidenta que va del 37% al 72%– como una operación de  la oposición en su contra.
Hoy se cumplen los quince días que Sergio Massa solicitó para mostrar algunos indicios reparadores, y sería injusto no mencionar que desde la llegada del nuevo jefe de Gabinete se produjeron algunos cambios en el Gobierno en su actitud hacia la prensa. Pero esos cambios serán cosméticos si el Gobierno no reconoce la necesidad de introducir modificaciones en la conducción económica, el núcleo duro de poder que se reservó Néstor Kirchner en la presidencia de su esposa. Seguramente Moreno, Jaime y De Vido han cosechado críticas que les incumben personalmente pero existe la creencia generalizada de que ellos son los autores materiales de una trama que tiene a Néstor Kirchner como artífice y autor intelectual.
Volviendo a los símbolos como herramienta de comunicación, probablemente sólo la salida de los comisarios económicos de Néstor Kirchner en el Gobierno emitiría la señal de comienzo de un mandato presidencial diferente al anterior. Sin otros cambios, la sonrisa fotogénica de Massa comenzará a lucir como un maquillaje corrido que en lugar de embellecer la cara del Gobierno la hará lucir más afeada aún, como sucedió con el fracasado lifting que se pretendió realizar en el Ministerio de Economía con la llegada de Martín Lousteau.
No se trata de cambiarle el nombre a la misma película –como aquella célebre de Ettore Scola, titulada Feos, sucios y malos, por otra llamada Lindos, limpios y buenos–, sino de hacer otra película.
La excesiva gestualidad, a veces carente de otra sustancia, no le cabe sólo al Gobierno. El vicepresidente Cobos eligiendo ver a Los Midachi mientras la Presidenta visita su provincia –o como agudamente tituló Ambito Financiero: “La Argentina extraña: los empresarios afirman que la inflación sube más que lo que dicen los sindicalistas para pedir aumento”, refiriéndose a la alarma encendida por la Unión Industrial después de años de silencio– es reflejo de un país histriónico.
Una vez, una fotógrafa del diario La Reppublica de Roma me dijo: “Los italianos somos doblemente artistas: todos somos actores pero, además, sabiendo que somos actores de reparto, todos actuamos de prime donne”. A Italia no le va bien a pesar de la enorme creatividad y capacidad de su población.
Política y teatro comparten orígenes comunes, pero no son la misma cosa.