Llegó diciembre, el mes del vitel toné. Ya llegan las Fiestas: Navidad, Fin de Año… ¡Cómo pasa el tiempo! En este momento de recogimiento, quisiera levantar mi copa por los olvidados, por los relegados de la historia, por los que están solos. En especial, pienso en uno: Carlos Menem. Gracias a Menem, buena parte del periodismo progresista de investigación prosperó y se hizo millonario, las grandes editoriales recaudaron fortunas con sus best sellers de denuncia, una zona de las revistas culturales se mantuvo en sus confines silenciosos, y el clima, por supuesto, era sin crispación social (entre paréntesis: periodismo progresista de investigación, ¿es un oxímoron o una redundancia?). Hace poco hubo un leve revival de ese tipo de producto (ahora en clave anti K), pero la ola duró apenas un par de libros, unos cientos de miles de pesos de anticipo y no mucho más. Una pena. Así que mejor cambiemos de tema, diciembre no es mes para dar malas noticias.
Diciembre es la introducción al verano, y no sé por qué, recuerdo ahora ese poema de Juan L. Ortiz, La tarde de verano…: “La tarde de verano es una frescura indecisa, gris, después de las lluvias./ Pero el jardín, ah, el jardín con la luz de las rosas, frágil y húmeda,/ va dando la dulzura del tiempo, la secreta dulzura, irisada, del tiempo// El momento dorado se abre y mira las flores./ Amigos, y los otros que no saben de la vida de los jardines, luego de las lluvias,/ ni de los sentimientos de las horas a través de las rosas,/ ni menos de las relaciones del cielo último con las criaturas que se empinan para recogerlo?// Amigos, y los otros, entre un agudo mundo de puñales?”. En Nacen los otros Arturo Carrera indaga en la búsqueda de Juanele: “Su escritura es un vasto calendario que registra los ‘julios’, los ‘octubres’, los meses y horas en que no sólo lo cotidiano pasa, sino también lo efímero de mirar meticulosamente una flor a las once de la mañana y después la misma flor a las cinco de la tarde”.
Hay algo de cierto en la frase de Carrera, en la descripción de la forma en que transcurre el tiempo en Ortiz. Pero La tarde de verano… siempre me intrigó de un modo particular, tal vez por otras razones. Por supuesto, aparece el transcurrir (“la secreta dulzura, irisada, del tiempo”), pero también hay un elemento polémico, una cierta controversia, la división en dos planos: de un lado, los “Amigos”; del otro, “los otros” (“que no saben de la vida de los jardines, luego de las lluvias,/ ni de los sentimientos de las horas a través de las rosas”). Hay allí un hiato, una grieta, y quizás hasta un combate. Es que el transcurrir en Juanele nunca es contemplativo. En su poesía están todos los elementos que ya conocemos: río, sauce, árbol, respiración, sombra, tiempo, viento, oriente, y el uso abismal de los puntos suspensivos. Pero también hay un estado de violencia latente, la aparición de lo irremediable, el surgimiento del acontecimiento.
Y ya que estamos en diciembre (¡el mes del pionono!), vale la pena detenerse en un pasaje de El Gualeguay: “Sí, sí, con la espuma de los matorrales, de los arbustos y las lianas,/ en el flujo de diciembre,/ (…) al tender una mirada, naturalmente, supina,/ un duelo de chañares y espinillos que parecía descender/ de un celeste misterio”. Los chañares y los espinillos conviven: pero en duelo. Como una riña, una pelea, una competencia. Igual que los “Amigos” y “los otros”, siempre bajo el modo de la tensión, la hendidura, el desafío, la imposibilidad de cualquier organicidad. Pero también: “Diciembre, diciembre, era, a la vez, un espíritu de viñas…/ Y a través de ese espíritu, ay,/ bajo los coros de las cigarras que medían/la profundidad de los montes…/ y esas sílabas, de qué torcaces? Que abrían, más vertiginosamente aún,/ el silencio”.