La tecnología tiene la capacidad de convertir en público lo privado. Las expresiones vertidas en una charla informal por el presidente uruguayo José Mujica el pasado jueves es prueba de esta inconveniente posibilidad y de sus negativas consecuencias.
La divulgación de un comentario realizado en una conversación particular, aunque fuera en el marco de la preparación de un acto público, afecta el derecho a la privacidad de quien lo emite, pues desconoce que ese acto íntimo va a tener difusión pública.
En el caso de un jefe de Estado, esta circunstancia se agrava porque las consecuencias de la intromisión en la intimidad pueden tener efectos sobre la vidas de terceros, las relaciones con países extranjeros y la construcción de la imagen pública del emisor.
Creo que este episodio menor en las relaciones entre Uruguay y Argentina, que indudablemente quedará como una anécdota de la “pequeña historia”, debe servir para reflexionar sobre los cuidados que deben tomarse para evitar estos hechos desafortunados.
Indudablemente, las nuevas tecnologías han traído una posibilidad de acceso a la información y difusión de las ideas impensable décadas atrás y que aumentan la potencial calidad de nuestras democracias, pero también posibilitan una intromisión en la vida privada de las personas que atenta contra derechos humanos esenciales.
Al indispensable derecho de expresión y difusión de ideas y opiniones, lo acompaña en igual rango el derecho a reservarlas en la esfera de la privacidad.
El discurso público tiene consecuencias que quien lo emite conoce y, por lo tanto, se hace responsable de su contenido. La invasión en la privacidad altera el nivel de habla porque cambia el ámbito y el destinatario para el cual se pronuncia y provoca una distorsión de intenciones y contenido.
El sistema interamericano de protección de derechos humanos, al cual han adherido tanto Argentina como Uruguay, es muy claro en proteger en igual rango de jerarquía la circulación de ideas y opiniones y el respeto por la intimidad de las personas. Por consiguiente, el uso de los maravillosos instrumentos tecnológicos contemporáneos debe adecuarse al delicado equilibrio entre ambos derechos.
No es la primera vez que la intromisión de elementos tecnológicos en una conversación privada producen una desaguisado diplomático. En esta oportunidad, me parece que el análisis debe hacerse desde una perspectiva armónica con las características del hecho.
En una reciente nota que escribí para este medio, cité a Julio Cortázar. Y creo que vale la pena reiterar esa cita. Cuando Manuel Antín filmaba Circe, uno de los cuentos de ese magnífico escritor, intercambiaba con él cartas y grabaciones. En una de estas últimas, Cortázar dice: la importancia no está en las palabras sino en el tono.
Quien vea en la web el video del episodio, capturado sin autorización ni conocimiento de sus protagonistas, advertirá que el tono es carente de ánimo de ofensa, que está más cercano a la picaresca criolla que al discurso político.
El humor suele ser un buen instrumento para mejorar las relaciones entre personas y naciones. Acudamos a él para ubicar en el lugar debido lo difundido por un micrófono indiscreto.
*Profesor de Derecho Constitucional y Legislación Cultural en UBA, UNC y Flacso.
Vive en Uruguay.