Uno de los principales temores de Néstor Kirchner acaba de ingresar a la preocupante mesita de luz de su viuda y sucesora, Cristina, hasta ahora inquieta por sólo dos cuestiones prioritarias –la evolución de los trámites judiciales que podrían afectarla al finalizar su mandato y la azarosa conflictividad política, económica y social que le deshilache su conclusión presidencial en el 2015–. En rigor, la tercera que obsesionaba a su marido también se vincula a las otras dos que en ocasiones marean a su heredera: el encuentro, la autoconvocatoria de los gobernadores de las provincias peronistas. Así como Néstor fulminó cualquier iniciativa en esa dirección federalista –recordar que él fue animador del influyente consejo de gobernadores en los tiempos previos a Eduardo Duhalde–, la mandataria conservó la misma estrategia aprensiva en toda su gestión. No podían verse o encontrarse sin permiso de la Casa Rosada, casi temblaban al hablarse entre sí por teléfono. Hasta hace pocas horas, cuando trascendieron un cónclave (Scioli, De la Sota, Gioja) y la comunicación celular con otros capitostes provinciales.
En los últimos dos meses, sin embargo, al insinuarse una crisis macroeconómica que la mandataria desestima, hubo sondeos tímidos entre las partes. También, claro, resultó decisiva para el acercamiento la notoria falta de esqueleto partidario ante el advenimiento electoral del año próximo. La reticencia a jugar con otro protagonismo político se amparaba, según los pasivos participantes, en una añeja reflexión atribuida a Hipólito Yrigoyen: “El 95% de los problemas los resuelve el tiempo; el otro 5% ni Dios los resuelve”. Casi la filosofía del pensador griego Julio Grondona, aquél del “todo pasa” en su anillo, hombre que en vida era observado como el padrino mafioso no sólo del fútbol y que, al morir, por su adhe-sión a la causa kirchnerista, cosechó un velatorio de héroe nacional.
Era una excusa temporal esa obediencia debida. En rigor, dominaba en los gobernadores el terror económico a las sanciones del poder central, a la poda de ayudas y subsidios, a la indigencia administrativa. Una muestra de ese castigo feroz se advirtió hace menos de un mes, cuando Cristina excluyó a cuatro provincias de promesas reparadoras por no acompañar una nueva ley de hidrocarburos (Neuquén, Mendoza, Río Negro y Chubut). Aunque la sanción surtió efecto –ya hay consenso general para aprobar la norma–, esa temible estocada obligó a rever la situación de los gobernadores: esos rehenes del unitarismo han advertido que igual se van a convertir en víctimas por las penurias financieras que afectan al gobierno nacional, al margen del arbitrio femenino. Y procedieron a mover el avispero, a revelar cierta integridad.
En pocas horas cambió el disgusto que se ocultaba en una fachada: “Vamos a acompañar hasta la puerta del cementerio”, frase de otro ilustre filosofo del PJ. O, “si esto empeora, yo anticipo y gano las elecciones en mi provincia y me desentiendo del fracaso en el orden nacional”. Ciertos números económicos modificaron esa actitud pasiva, varios entraron en emergencia ante la eventualidad de no poder pagar los salarios y por la manifiesta confesión de Cristina, que repitió lo que se decía en los corrillos: para diciembre se traman desórdenes sociales. Además, con atención, observaron otras novedades: se retrasaban ante la rebeldía empresarial –antes tan sumisa como ellos– y el rostro también insólitamente remozado de la Justicia, que ha hecho conmover a la administración. La Corte y algunos magistrados han podido más que algún piquete revolucionario.
De José Manuel de la Sota era obvia cualquier contrariedad, ya instalado en otro canal. Sorprendió en cambio Daniel Scioli, asustado por el fantasma de la emisión de patacones que hicieron gobiernos anteriores lastimados por la crisis, y sacudido por un teorema premonitorio: si le va bien a Cristina, no lo elige; si le va mal a Ella, pierde seguro en segunda vuelta (para colmo, sería el puente que habilitaría a todo el kirchnerismo básico para sumar voluntades propias en el Congreso).
Lo de Gioja siempre es tenue, pero interesó mucho más la opinión provista en la queja por Gildo Insfrán, el más beneficiado de todos los gobernadores del país en la “década ganada” por su amistad de antaño con Néstor. Aun así, conviene señalar que el ensayo de hace pocas horas mantiene un hilo transmisor con la Rosada: participó Juan Carlos Mazzón padre, cerebro de pasadas ententes entre el Gobierno y los dirigentes provinciales, al que todos consideran propio pero cuyo salario paga Cristina. La sangre no llega al río (votan todas las leyes que propuso la mandataria), sólo comienzan las escaramuzas.
Al margen de los intereses electorales, la mayoría de las objeciones han puesto el ojo en el arribismo rasputinesco de Axel Kicillof en el Gobierno y de la empoderada Cámpora que lo alberga a pesar de que el numen económico de este núcleo –Iván Heyn, ya muerto– lo despreciaba y desconfiaba de él profesionalmente. Contra el ministro apuntan, lo responsabilizan de la aceleración de la caída económica, aunque saben que el keynesianito jamás decidió por su cuenta. Importa, sin embargo, la vehemencia que los gobernadores imprimirán a su protesta, recordando que fueron clave en la historia del país –cuando Eduardo Duhalde debió remover a Jorge Remes Lenicov– e impusieron a Roberto Lavagna como ministro mientras otras voces habían propuesto en Olivos a Carlos Melconian y a Alieto Guadagni. Esa influencia colegiada, entre otras, fue la causa de aquel temor insistente que residía en Néstor Kirchner.