Sergio Batista pisó el palito. No pudo resistir a la tentación de apelar a viejos libros, de páginas amarillentas, de preceptos antiguos, esos libros que hablan de “equipo que gana no se toca”. En este caso, lo que repitió Checho no fue el equipo, sino el esquema. Y le facilitó el trabajo a Japón. Algo similar a aquel error capital de Diego Maradona antes de jugar con Alemania en el Mundial de Sudáfrica: se embriagó con los aromas de una victoria concluyente en los números ante México y no vio cómo los alemanes desarrollaban su juego.
El contexto es diferente, claro está. Batista –que seguramente será ratificado en el cargo, salvo una catástrofe o un ataque de sentido común de Grondona– está en una etapa de experimentación y no en un Mundial, como Diego. Cree jugarse la vida en cada partido, piensa que cada vez que la pelota rueda y hay un amistoso en juego, arriesga su carrera de entrenador. Obviamente, no es así. O no debería ser así, al menos.
Después del fantasioso 4-1 sobre España, los dirigentes del fútbol argentino se miraron satisfechos y dijeron: “Es Checho”. Era una locura. Argentina aprovechó como nunca esos primeros quince minutos de vacaciones de España y le hizo tres goles. Después, soportó un dominio y un peloteo que, sólo por la falta de puntería y eficacia, no terminó en un empate, al menos.
Seguramente, y a juzgar por la gran cantidad de reportajes que dio Batista en el post España, él ya se sentía confirmado en el puesto. Alguien, desde adentro, le habrá hecho un guiño. La cuestión es que se aferró al mismo esquema de la goleada ante España y fue hasta Japón a imponerlo. En términos imaginarios de una computadora a la que sólo se le agregan datos y no contemplan la dinámica impensada del fútbol (Panzeri dixit), si un equipo goleó al campeón del mundo y después le toca jugar con Japón, se supone que le tiene que hacer, cuando menos, una diferencia similar.
Afortunadamente, esto no pasa. Por supuesto que la historia del fútbol japonés mira desde muy lejos a la del argentino. Pero la historia es tan dinámica como el fútbol y Japón ya había exhibido credenciales importantes en Sudáfrica 2010. Mientras veía el partido, pensaba en dos apellidos nipones: Honda y Endo. Uno estaba en la cancha, el otro en el banco. Pero el concepto de los japoneses era el mismo. Su juego del primer tiempo tuvo una velocidad tal que derrumbó el intento soporífero de toques que intentó el equipo argentino. Era un Fórmula 1 contra una carreta.
Nos dicen que “este juego no es para atletas, si no el mejor jugador del mundo sería Usain Bolt”. No hay que ser Usain Bolt, obvio. Pero en estos tiempos –y hace ya buen tiempo– jugar al fútbol corriendo poco es imposible. Los jugadores del Barcelona, por citar el caso más emblemático del “fútbol espectáculo”, corren muchísimo, están todo el tiempo en movimiento.
Entonces, quedamos en que la primera diferencia (y fundamental, al final) fue la velocidad. Japón voló, Argentina caminó. Intentó la tenencia de la pelota, pero por la tenencia misma y sin cambio de ritmo. Japón presionó y le robó la pelota todas las veces que el equipo nacional intentó salir jugando.
Pero no todo es correr, por supuesto. Por Japón desfilaron muchos futbolistas y entrenadores brasileños. A la velocidad natural le agregaron los fundamentos básicos del juego y, más tarde, algunos conceptos más profundos. De esta manera, no sólo fueron rápidos, sino que, además, jugaron muy bien. Jugaron con la pelota, lateralmente primero y profundo después. Y lo hicieron con una dinámica que para los futbolistas argentinos resultó imposible resolver.
Que no parezca que Argentina perdió por no correr. Argentina perdió porque el técnico armó un equipo lento en relación con las características del rival. Acá volvemos a lo del comienzo. Quedó atrás –o debería quedar– lo del “equipo que no se toca”. La Selección nacional intentó hacer lo mismo que contra España, ante un equipo totalmente diferente. No pienso en subestimación. Es imposible a esta altura de la soirée. Pero, sin dudas, el técnico cometió un error. No es importante, por supuesto. Estos amistosos son para que todos se equivoquen, incluso el entrenador. Fíjense que en esta columna no fue nombrado ningún jugador todavía. Es que sería ocioso entrar en detalles. Fustigar a Heinze y Romero por sus errores en el gol japonés, preguntarse por la desgracia de Diego Milito cada vez que juega con la celeste y blanca, por la mala fortuna de la lesión de Cambiasso, que nos impidió ver más tiempo al doble cinco que imaginamos para Sudáfrica, o profundizar en la decepción que nos provocó el bajo nivel de D’Alessandro no conduciría a nada. Tampoco ayuda Batista cuando dice “gano 2 a 1” porque los amistosos son una prueba para fijar cuestiones que aún no están claras.
El próximo rival será Brasil. No se me escapan los temas de la rivalidad y el honor. Mucho menos, que los brasileños, pese a todo, siguen teniendo los mejores jugadores del planeta. Habrá que elegir bien el sistema y los futbolistas. Brasil no es Japón. Cada vez que nos equivoquemos, nos lo hará sentir con todo el rigor. Y no creo que Batista salga y diga “estoy 2 a 2”.
Lo bueno del caso es que tenemos tiempo para recomponer todo, poniendo la mirada en los torneos realmente importantes. Es positivo haberse equivocado ayer en Saitama y no, por caso, en la Copa América. El próximo rival que nos tome la lección no será piadoso.
Es hora de que los famosos grandes jugadores argentinos den la talla con la camiseta celeste y blanca.