En enero de 2007 publiqué en La Caja Digital (www.tomasabraham.com.ar) un breve ensayo sobre Sandor Marai: La destrucción de un escritor. Hace unos días encontré en una librería una nueva traducción de otro de sus libros: Diarios 1984-1989.
Es un encuentro largamente esperado, un último encuentro. Una vez que escribo sobre un autor dejo de leerlo. La relación está agotada. Hay excepciones, es cierto, pero lo más intenso ya sucedió.
Mientras escribía sobre su obra, buscaba en la Web los textos de su estadía en los EE.UU, algún material sobre un diario –aunque fuere unos fragmentos– del que hablaban sus biógrafos. Rescaté pocas páginas que publicó su editor en inglés, con sede en Toronto. Hoy tenemos el diario de los últimos años de su vida, en el que anticipa con un mes de antelación que se va a pegar un tiro. “Ha llegado la hora”, es lo último que escribe.
Marai vivió de 1948 a 1989 fuera de Hungría. La vida, la obra, hace años que se comentan en suplementos culturales, revistas literarias y biografías, y se estrenan adaptaciones teatrales y películas basadas en sus novelas.
En mi trabajo señalaba que los tópicos principales de la obra de Marai son la amistad, el ser burgués y la historia. Era un humanista como Thomas Mann, Hesse, Zweig, Huxley. El humanismo es una creencia laica en la virtud de la literatura y del saber en motivar conductas, develar misterios de la condición humana, y hacer de la palabra una prenda de confianza.
Fue un escritor que se quedó sin tierra y sin lectores. El húngaro, mi lengua materna, es una lengua insular. Sólo la hablan los húngaros y por una afinidad musical sólo tiene el parentesco de unas cuarentapalabras finlandesas.
Un escritor húngaro en el exilio queda mudo y ágrafo. No existía ni en Europa ni en los EE.UU. una comunidad como la rusa o la polaca que leía a Gombrowicz o Nabokov. Por eso me interesaba saber qué había hecho con su vida un escritor de éxito con decenas de obras publicadas en Hungría y que un buen día, antes de los cincuenta años, se queda sin lectores.
¿Para quién escribir? ¿Para qué escribir? Le quedaba su compañera durante sesenta y dos años, Lola, a quien le leía sus escritos. Los diarios que ahora se publican cuentan la muerte de Lola, el “morir lento” de Lola.
Este libro es una meditación sobre la muerte, la real, la de los hospitales, la del cuerpo que falla, la de la industria médica que administra una larga agonía. Dos viejos de más de ochenta años, casi ciegos, se apoyan el uno en el otro para caminar, vivir, y ayudarse en el morir. Lola muere primero luego de meses de internación.
El cuerpo puede conservar sus ritmos vitales mucho tiempo después de que los órganos dejan de funcionar. La mente puede estar lúcida más allá del cese de las actividades fisiológicas. La persistencia del cerebro y el corazón son nuestro más allá. A Marai lo maravilla la gravedad del rostro en el último aliento.
Este libro es la mirada de un gran escritor en proceso de morir. Marai distingue la muerte del morir. Dice que lo difícil es lo último. Gombrowicz repetía lo mismo cuando afirmaba que la muerte es un problema para los filósofos, y las enfermedades para el resto de los humanos.
¿Cómo matarse? No quiere morir inválido y entregado en un hospital. Compra un revólver y va a practicar a un campo de tiro para no fallar, los accidentes son posibles cuando se tienen cerca de noventa años.
Llama la atención los años que se tomó hasta decidir suicidarse al tiempo que decía que ya nada lo aferraba a la vida. Insiste en que ya no le importa nada, que no tiene a nadie y que la vida es grotesca. Acepta la crueldad de la vida, el destino, la impotencia. Semanas sin salir. Con un ojo ciego y el otro enfermo. Hastiado de todo. Su hijo adoptivo muere, lo mismo que su último hermano.
Desde Hungría lo seducen para volver, le prometen toda la gloria. Descree de esas aves de rapiña; además, anota, incluso aquellos que verdaderamente lo indignan también han muerto.
La literatura le da asco. La propia también. Vanidad, presunción. La vida sin Lola le da asco. Pero escribir es lo que ha hecho toda la vida, así prosigue su diario con interrupciones. Termina una novela policial. Lee muy poco ya que apenas ve. Poetas húngaros, griegos clásicos, Cervantes, Cellini. La poesía húngara es una compañía permanente. Encomia la lírica magyar.
Menciona varias veces a Borges; dice: “Ha muerto Borges a los ochenta y seis años; éramos de la misma quinta. Falleció de cáncer de hígado en Ginebra, donde según el periódico había elegido morir. Fue un escritor genial, un talento original de este siglo”.
No sabía que había muerto de un cáncer. Unos renglones más adelante sigue: “Borges observó al hombre argentino con la dedicación de un ontólogo, y descubrió en él al animal religioso”. Misterio.
En otra parte de su diario dice: “Lecturas a medianoche con un solo ojo. Borges, relatos. Tenía cincuenta y cinco años cuando comenzó su ceguera, y se refugió en un misticismo de tipo árabe. Sus historias están repletas de metáforas, de ejercicios mentales y crueldades orientales”.
Marai reinvindica la cultura burguesa. Una vida burguesa está ordenada por el esfuerzo. No es una vida lírica. Se vive con la conciencia del deber, la importancia de la palabra empeñada, la preocupación constante por el tiempo que se va y que hay que desesperar por dominar, la compulsión al trabajo.
Es una valoración de la neurosis obsesiva, entidad caracterológica largamente despreciada a favor de las diferentes histerias; hubo épocas en que se la degradó en beneficio de la languidez melancólica, para luego ser vilipendiada por poetizantes y literartistas en nombre de las psicopatías.
En húngaro burgués se dice polgar, una categoría que se entiende mejor si se la adjunta a su contrario: paraszt, que es un modo de decir “campesino”, es decir harapiento, zaparrastroso, vulgar, sucio, ordinario.
El mundo húngaro de entreguerra reconstruye el imperio de los Habsburgo de acuerdo con un protocolo para funcionarios y dependientes. No consigue ser verdaderamente burgués. Se mantiene el ideal ceremonial, el cuidado de la forma oficial de moral en un mundo de cartonería habitado por terratenientes y adulones.
Para Marai ser burgués no es una categoría social sino una vocación.
Este mundo sucumbe con la entrada de los nazis, que junto a los húngaros organizan el genocidio de los judíos, entre ellos la muerte de los padres de Lola, que se convierte al catolicismo para salvarse.
Retirados los alemanes, la ocupación soviética administra la estafa ideológica, la corrupción estatal y la persecución política. Marai y Lola se fugan a Suiza, luego a Italia, finalmente a los EE.UU.
Marai decide no publicar más hasta que Hungría esté ocupada por los comunistas. Se mata unos meses antes del derrumbe del Muro.
Dice: “No resulta fácil comprender el hecho de que en la vida el mayor misterio no es la muerte, sino el morir. Y todo ars moriendi es fantasmagórico, tal arte no existe”.
*Filósofo.