En la Panamericana, un operativo contra militantes de izquierda consiste en que un gendarme de, ponele, ciento veinte kilos se tire sobre el capot del auto de un militante y después haga como que es atropellado y cae rodando en cómica cámara lenta –ser gordo es ser un poeta de la lentitud–, y que sus compañeros agarren de los pelos al conductor mientras las cámaras registran otra bobera más de las fuerzas del desorden público subordinadas a la ley mayor de la política aplicada al mundo del espectáculo. Los jóvenes militantes reclaman el imperio de la ley burguesa y exigen que les permitan manifestarse porque al menos aprendieron que la prédica setentista era mera moral cristiana de mártires en sacrificio. En internet, una iraní baila sobre el techo de un coche y se quita el velo y suelta el pelo y baila y a su alrededor se ve el desierto y se oyen los aplausos rítmicos fuera de cámara y la música es árabe y ella baila y si yo fuera el marido moriría de amor y terror y deseo y pensaría en taparla y ocultar que el goce femenino está dedicado a todos y a nadie y excede la dogmática del falo y es por eso que imponemos vestiduras y ablaciones, y pienso también que si la falta de camellos en un texto canónico de Oriente indica que ese texto es oriental, la presencia de Oriente en música y desierto y mujer danzarina bien podría indicar que es un video hecho por la inteligencia de alguna potencia occidental para producir la rebelión de las mujeres iraníes iraquíes sirias induciéndolas a la liberación y la mostración y la fornicación y el consumo propios de las democracias capitalistas, cuyo sueño secreto es la hiperproducción y cuyo efecto práctico es la fabricación de ejércitos de excluidos que buscan la salvación en el fascismo o en la realización de un acto definitivo, tal vez la decapitación ejemplar de ingenuos periodistas que no advirtieron a tiempo que ninguna mirada es inocente.