Es muy interesante lo que ha ocurrido –y sigue sucediendo por sus consecuencias y derivaciones– en torno a dos cuestiones vinculadas entre sí aunque con la suficiente entidad –cada una de ellas- para motivar el análisis de este ombudsman. Una de ellas tiene que ver con la valoración de las fuentes como fundamento básico de la información que se difunde, en cualquier medio y por cualquier plataforma; la otra, la responsabilidad, habilidad, capacidad de respuesta de quien tiene a su cargo la función de portavoz presidencial, una tarea que obliga a extremar tanto el discurso acertado como la capacidad de devolver a los periodistas la mayor cercanía a lo que piensa, hace y proyecta el titular del Ejecutivo. Quiero avanzar en ambas cuestiones porque –aunque no han involucrado a PERFIL como protagonista– afectan a los lectores de este diario tanto como a cualquier otro componente de esta sociedad.
Vayamos, entonces, por partes.
El jueves 10, el diario La Nación dedicó el título principal de su tapa a un artículo de uno de sus jefes de Política, Jorge Liotti (a quien tuve el placer de conocer cuando ejercía la misma función en PERFIL, con gran capacidad y seria conducta profesional) en el que afirmaba que existe en el Departamento de Estado norteamericano (equivalente al Ministerio de Relaciones Exteriores argentino) un desagrado importante por algunas acciones y dichos del Presidente de nuestro país en sus recientes visitas a Rusia y China. La nota se fundaba en una fuente no identificada de ese ministerio de Estados Unidos, en lo que se entiende como un diálogo en off, o sea, fuera de grabación, oficioso y anónimo. ¿Cómo decidir qué publicar sobre esto y cómo hacerlo? La pregunta tiene múltiples respuestas, pero solo una correcta cuando se quieren aplicar las elementales reglas del periodismo: una fuente debe ser corroborada por otras dos, al menos, para ser tomada como certera. El título del jueves 10 fue “Malestar y preocupación del gobierno de EE.UU. por las críticas del Presidente”. Pues no: no es “el gobierno de Estados Unidos” sino lo que asegura una fuente ignota, un funcionario sin nombre, un off the record al que se debe respetar, pero no sujetarse a ojos cerrados. Lo correcto hubiese sido decir que un miembro del staff del Departamento de Estado dijo lo que se asegura que dijo. De otro modo, es dar por general (el gobierno de Estados Unidos) lo que aparece como limitado (lo que dice un funcionario).
“El uso más ético e inteligente del ‘off the record’ es como indicio que permite iniciar o continuar una investigación con otras fuentes. Los datos que se obtienen en el curso de esas conversaciones adquieren una gran importancia si el periodista no se deja maniatar por el ‘off the record’ y los confirma, los amplía o los halla falsos al confrontarlos con otras fuentes. Esta ampliación de la investigación es tanto más urgente si se trata de hechos que afectan el interés público”. La cita está contenida en Deontología Periodística (Ediciones Universidad de Navarra. Pamplona 1978), una pieza importante para el estudio de la ética en este oficio, escrita por Luka Brajnović Davinović, novelista, poeta, profesor universitario, periodista y editor croata.
Veamos ahora la segunda pata de esta cuestión: cómo reaccionó la portavoz Gabriela Cerruti cuando una periodista de La Nación (Cecilia Devanna, quien también pasó por las páginas de PERFIL con una enorme capacidad profesional) hizo pie en la nota de Liotti para interrogar a la funcionaria. Debo aceptar que las respuestas de Cerruti, quien no es santa de mi devoción, tuvieron una porción de acierto y otra de intemperancia. Ante la insistencia de la periodista, hubiese sido más elegante y menos soberbio responder con un “no hay comentarios” –en el más puro estilo de otros voceros– que plantarse como una suerte de docente sin cargo, ejerciendo la soberbia que otorga el poder.