Durante los últimos meses se ha querido politizar o banalizar palabras y gestos del papa Francisco I, reduciéndolos a coyunturas circunstanciales de nuestro país, perdiendo de vista la formidable significación ecuménica de su lucha contra la inequidad y la exclusión, eje vertebral de su labor pastoral. No se limita a lamentaciones o a condenas retóricas sino que diagnostica y denuncia al culpable: el sistema capitalista neoliberal. Su mensaje ha encendido manifestaciones a favor y en contra, también entre nosotros, en un mundo acostumbrado a que lo religioso se deslice por vía separada de las angustias sociales.
Ya en 1998, Bergoglio, a raíz de una visita a Cuba, escribió: “Nadie puede aceptar el neoliberalismo y ser un buen cristiano”. Si bien no volvió a repetir frase tan radical, su toma de partido no disminuyó con su consagración como líder del catolicismo. En Santa Cruz de la Sierra dijo: “El sistema capitalista ha impuesto la lógica de las ganancias a cualquier costo”, y agregó: “Este sistema no se aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores... no lo aguantan los pueblos”.
Ha elegido ser “un pastor con olor a oveja” y sus encíclicas, discursos y escritos son un claro llamado a la acción: “Ustedes, los más humildes, los explotados, los pobres y excluidos, pueden y hacen mucho –dijo durante su visita a Bolivia–. Me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas, en la búsqueda cotidiana de las tres T (trabajo, techo, tierra). ¡No se achiquen!”.
Es vox populi que Bergoglio fue elegido papa para sacar a la Iglesia de su tremenda crisis. ¿Pero cómo encaminar a la sociedad de hoy en la senda de lo espiritual y religioso si el capitalismo neoliberal ha colonizado nuestras mentes con el materialismo, el relativismo, el egoísmo, el consumismo, la idolatría del dinero y el poder económico? Es por ello que se ha asignado la indesmayable misión de concientizar acerca de que la miseria humana y la destrucción del planeta no son fenómenos “naturales” e irreversibles sino la consecuencia de un sistema desviado. Tampoco excluye de su discurso pastoral “bajar” a la crítica de teorías económicas en boga, también en Argentina: “Algunos todavía defienden las ‘teorías del derrame’, que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante” (“Evangelii gaudium”).
Francisco I nos convoca a la lucha: “Digámoslo sin miedo: queremos un cambio, un cambio real, un cambio de estructuras”. Se ha convertido en el líder de la resistencia contra el cáncer de entronizar a la economía como centro de la existencia humana, desplazando a la solidaridad, al amor al prójimo, a la responsabilidad. Ese papa que llama al capitalismo “una dictadura sutil” y al dinero “estiércol del diablo” suscita inquietud en quienes se sienten interpelados. No es casual que los candidatos del derechista Partido Republicano de los Estados Unidos compitan en denostar a Francisco: “El Vaticano debería despedirlo” (Ted Cruz) o “Los curas no se tienen que meter con la política ni con la economía” (Donald Trump).
Viene bien citar aquí la famosa frase del obispo brasileño Helder Cámara, figura de la Teología de la Liberación: “Cuando alimenté a los pobres me llamaron santo; pero cuando pregunté por qué hay tantos pobres me llamaron comunista”.
A propósito, ¿está garantizada la seguridad personal de quien pregona “Digamos ¡No! a una economía de exclusión e inequidad donde el dinero reina en lugar de servir. Esa economía mata. Esa economía excluye. Esa economía destruye a la Madre Tierra”? (Sermón en la Catedral de La Paz, Bolivia).
*Historiador.