Algunas cosas simplemente pasan. Un día los imperios se derrumban o resulta que algún oscuro soñador aparece donde jamás nadie lo había imaginado. Mucho más mágicos que lógicos, los casos sobran. Casablanca, por ejemplo, fue pensada para ser una vulgar película clase B de propaganda antinazi en plena guerra y con Ronald Reagan de estrella principal. Pero terminó convertida en un clásico de todos los tiempos. Un irresistible cóctel con Bogart dando cátedra como Rick, la Bergman en lugar de Ann Sheridan, una antológica frase final –“Louis, pienso que éste es el comienzo de una larga amistad”– que se agregó de apuro después de finalizado el rodaje y una canción del montón, As Times Goes By, que alcanzó la celebridad gracias a la escena principal, aunque a Max Steiner, autor de la banda de sonido, le parecía espantosa: quedó sólo porque Ingrid, con nuevo corte de pelo para otro papel, jamás pudo repetir la toma del bar. La insólita cadena de casualidades no pudo terminar mejor. Como el reemplazo del carilindo pero arrítmico Pete Best por Ringo Starr en la primera grabación de Los Beatles en 1962, aunque durante el corte de Love Me Do apenas le dejaron tocar la pandereta. Lo mismo le pasó –para bien o para mal– a Duhalde con su tercera opción para 2003, el entusiasta muchacho de Santa Cruz en lugar de Reutemann, el elegido, o de José Manuel de la Sota, el plan B. Para sorpresa, la del pobre Benvenutti, demasiado ocupado con sus westerns spaguettis de Cinecittà como para elegir rivales, que le dijo sí a uno “fácil” que ofreció Lectoure, de apellido Monzón. Podríamos seguir hasta el infinito. Recordar la azarosa gestación del Racing de Pizzuti o pensar qué hubiese sido de este país si la actriz de radioteatro Eva Duarte no alcanzaba esa butaca vacía al lado de Perón en el festival benéfico por el terremoto de San Juan en el Luna Park. En fin, mejor detengámonos en el paradojal destino de las estrellas menos pensadas. Ramón Cabrero, el veterano técnico del casi campeón Lanús, y Diego Cagna, novato conductor de su sorprendente escolta.
“Un tercer tigre buscaremos. Este / Será como los otros una forma / De mi sueño, un sistema de palabras”, dice el poeta ciego que ensoñaba en amarillo. Obvio que don Jorge Luis se refería a la dorada fiera, no a dignos clubes de barrio como Arsenal de Sarandí, pero yo sí lo hago, con su permiso. Sumo al podio, entonces, a Gustavo Alfaro, DT de formateo doctoral que llevó a su equipo a disputar una final sudamericana con el América de México, club de la poderosa cadena Televisa. Hace un tiempo titulábamos “Arriba los de abajo”, hablando de esos tres, Lanús, Tigre y Arsenal. Bueno, acá los tienen. Chapeaux.
La vida es rara y ni hablar de este país, compatriotas. Produce cierto alivio que tipos como Cabrero, señor de perfil bajo, discurso sereno y buen gusto; el audaz Cagna, al que retiraron no hace tanto medio de apuro y con amabilidad perdonavidas; y Alfaro, estratega cuya foto de futbolista jamás salió en El Gráfico, hayan podido triunfar en un ambiente tan viscoso, dominado por chantas, vivillos vende humos, eternos recomendados, serruchadores de piso con sierra mecánica, simpáticos clowns de tevé y amantes de astros y cometas. Es milagroso.
Como lo de Arsenal y América se definirá en la revancha en Buenos Aires, concentrémonos ahora en los inesperados duelistas. Lanús propone un admirable juego vertical, de toque rápido, triangulación y buen manejo, sustentado en el talento de su cantera, el toque maduro de sus veteranos y la contundencia de José Sand, aquel que en River llamaban burlonamente “casi gol” y en este equipo lleva nada menos que 14 en 14 partidos. Hoy definen todo en la Boca, pero los espera un técnico quebrado y un plantel que sólo piensa en salvar el pellejo ganando el Mundial de Clubes en Japón. Fácil parece; como lo de Tigre, que visita al Argentinos de su hincha Pipo Gorosito, el odiado antecesor de Cabrero en Lanús que supo exhibirse, imprudente y feliz, en el eufórico estadio de su equipo de barrio. Hum... Gorosito es un profesional serio y, obvio, jura que saldrá a ganar. Yo le creo, pero intuyo que la mayoría ni un poquito y él tendrá la culpa, lo siento. Se las verá con un equipo conmovedor. Un arquero confiable, defensa de tres, cuatro volantes de buen pie, Ayala o el sorprendente Morel sueltos y dos puntas filosos: Ereros por afuera y Lazzaro, un 9 que jugó mucho en Praga, la ciudad de Kafka, y que tras un sueño intranquilo se despertó convertido en un monstruoso goleador. Nada mal.
Lanús tiene tres puntos más y toda la ventaja, la misma que hace un año tenía aquel Boca de La Volpe cuando Lanús –justo– lo forzó al fatal desempate. Mucho morbo. Casi todo es posible, todavía.
Lo único seguro es que el estrellato ahora es para ellos, le pese a quien le pese y venda lo que venda. Lanús, Tigre y Arsenal, señores; mientras el desangelado establishment futbolero de los poderosos se desangra en su imposible ruta hacia El Dorado, con esos negocios a cara o cruz que tanto necesitan, sin rastros de la mágica seducción del juego, ese “...oro del principio / Oh ponientes, oh tigres, oh fulgores / Del mito y de la épica...”. Palabra de Borges, campeón.