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El papa hegeliano

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Papa Francisco. | cedoc

“Todo pensador sabe que constantemente vuelve a encontrarse con cosas que parecen muy sencillas, e incluso triviales, pero cuya trivialidad es solo el reverso de su profundidad, riqueza y sentido. Esa sencillez puede incluso convertirse en cobertura de su importancia. A nuestra expectación le gusta buscar lo interesante e inaudito; pero mientras nos aferramos a ese deseo, lo realmente importante se reviste de carácter de lo cotidiano, desapareciendo así a la mirada. El auténtico pensador debe aprender a traspasar la apariencia de la obviedad, penetrando en la profundidad sumergida”.

(Romano Guardini, La aceptación de sí mismo).

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Romano Guardini fue el filósofo y cura italoalemán –nació en Verona pero al año de vida pasó a vivir en Maguncia (la ciudad de Gutemberg), Alemania– inspirador de las ideas de renovación de la Iglesia que a mediados del siglo XX derivaron en el Concilio Vaticano II. Siendo Jorge Bergoglio rector del Colegio Máximo de San Miguel y de su Facultad de Filosofía y Teología, en 1985 viajó a Frankfurt para comenzar una tesis doctoral en Teología sobre el pensamiento de Romano Guardini, y ya siendo papa Francisco recomendó la lectura del libro que Guardini escribió en 1937: El señor, y uno de los muchos artículos filosóficos: “El contraste, ensayo de una filosofía de lo viviente-concreto”, y citó a Guardini en la encíclica “La luz de la fe” (“Lumen fidei”), la exhortación apostólica “La alegría del Evangelio” (“Evangelii Guadium”) y en varias homilías.

Romano Guardini fue un escritor prolífico, y entre sus dos docenas se libros se destacan El espíritu de la liturgia, Cartas de autoformación, El universo religioso de Dostoievski, La muerte de Sócrates, Pascal o el drama de la conciencia cristiana, La esencia del cristianismo, Libertad, gracia y destino y La aceptación de sí mismo (del que fue tomada la cita del comienzo de esta columna). 

Romano Guardini fue profesor de Filosofía en las universidades de Berlín (lo echaron los nazis en 1933), de Tubinga (allí Benedicto XVI fue su alumno) y de Munich. La Universidad de Tubinga es la número uno en Teología del mundo, fue fundada en 1477 y pasaron por ella, además de Benedicto XVI, decenas de premios Nobel (el ADN fue descubierto en Tubinga en 1868), el astrónomo Johannes Kepler (las leyes de las órbitas de los planetas alrededor del Sol), y entre muchas otras celebridades “los Tres de Tubinga” para referirse a Friedrich Hölderlin, Friedrich Schelling y Georg Wilhelm Friedrich Hegel, que fueron compañeros de habitación en el Tübinger Stift. De este último, el padre del idealismo alemán y probablemente el filósofo más influyente de todos los tiempos, desde Karl Marx hasta Lacan (a través de Alexandre Kojève) pasando por el cuarto Friedrich: Nietzsche, Martín Heidegger (compañero de estudio de Romano Guardini), Søren Kierkegaard, Jean-Paul Sartre, Georges Bataille, Theodor Adorno, Jaques Derrida y, opinión que corre por mi cuenta y lleva al título de esta columna, el propio papa Francisco.

Romano Guardini es un maestro de la vida más que un filósofo intelectual (recomiendo leer su libro Las edades de la vida especialmente a todos los que hayan superado los 50 años) que, al igual que el papa Francisco, está más interesado por la vida pastoral que por la académica.

En el libro Jorge Mario Bergoglio: una biografia intellettuale su autor, Massimo Borghesi, repasa la influencia intelectual del papa Francisco: los jesuitas franceses, el filósofo católico uruguayo laico Alberto Methol Ferré, y muy especialmente Romano Guardini, del que tomó dos conceptos a los que apela estructuralmente: la Iglesia Católica es el complexio oppositorum, un conjunto formado por el espacio y la conjunción de los opuestos, y Weltanschauung, la cosmovisión totalizadora que homogeneiza las tensiones entre polos divergentes para lograr llevarlos a la unidad.

En el reportaje a Francisco le pregunté si se sentía hegeliano por sus continuas referencias durante la entrevista a la dialéctica, una especial forma de síntesis, y el Papa rápidamente respondió que el no era filósofo. Cita regularmente la figura del poliedro como representación que ejemplifica la unidad de la diversidad (ecumenismo), el poliedro no es una forma perfecta como la esfera, donde cada punto es igualmente equidistante del centro, sino que con diferentes ángulos y formas conforma una unidad (“la verdad es sinfónica”: un poliedro de voces).

El papa Francisco toma de las oposiciones bipolares de Romano Guardini el concepto de los cuatro principios rectores: 1) el tiempo es superior al espacio, 2) la unidad es superior al conflicto, 3) la realidad prevalece sobre la idea y 4) el todo es más que las partes y la mera suma de las partes.

Generacionalmente, Romano Guardini se pone en discusión con el idealismo alemán de Hegel pero es tronco que surge de aquella raíz. En una carta escribió: “La confusión de ‘oposición’ y ‘contradicción’. Oposición es la relación en la que se hallan juntos los diversos elementos de lo concreto. Se distienden recíprocamente y se presuponen a la vez mutuamente. Es la oposición complementaria, la polaridad. Contradicción es la decisión entre lo que se excluye recíprocamente: bueno y malo, sí y no, ser y no-ser, etc. La actitud antes descripta niega la contradicción, o sea, la explica como oposición creadora, como polaridad constructiva”, y en otro texto escribe: “No pura exclusión, por tanto; esto sería contradicción. No pura unión; esto sería mismidad. Se trata de un modo peculiar de relación, conformado por la relativa exclusión y la relativa inclusión a la vez. Precisamente a esta relación la denominamos oposición. La vida está como unidad en ambos ámbitos a la vez y, por consiguiente, los correspondientes pares de opuestos son unidad, aunque no unidad mecánica, sino viviente. En la relación mutua de un polo a otro no hay continuidad cualitativa. La especial distinción de la vida así concebida estriba en “que está en ambos a la vez, y uno no es posible sin el otro y, no obstante, ambos son peculiares, cualitativamente distintos, y en que la vida no se logra mediante crecimiento o transformación, sino solo mediante un paso cualitativo de uno a otro… Un lado de la oposición no solo coexiste con el otro, sino que inexiste en el otro. Esto precisamente es la unidad viviente”.

Esta dialéctica se diferencia de Hegel porque no aspira a una síntesis de “un tercero superior”, y polemiza continuamente con el genial autor de los monumentales Fenomenología del espíritu y Filosofía del derecho pero en esa polaridad el opuesto no puede dejar de ser fuente de lo opuesto.

Mucha de la incomprensión en Argentina sobre la ideología del Papa, a quien se sindica como peronista (“nunca fui peronista”, dijo), reside en no comprender algo que excede en mucho a lo ideológico e incluso hasta lo epistémico, y que resulta del atravesamiento dialéctico que lleva a Bergoglio a sumar siempre todo (su poliedro), incluso al peronismo, que no podría no estar en la constelación que significa el crisol argentino. “Una unidad que no anula lo diverso, que no reduce el conflicto”, escribió Francisco en su visión de la polaridad, que es exactamente lo opuesto a la polarización que en Argentina llamamos coloquialmente “grieta”. “Para mí, un indicio de que estamos bien cimentados en el Señor es cuando podemos sobrellevar aquellas antinomias que hacen a nuestro ser”. Que Bergoglio haya sido criticado en Página/12 al ser nombrado papa por ser “conservador”, como últimamente en La Nación+ por ser “kirchnerista” (¿peronista?), es una confirmación de que está en el camino del Señor.