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El Papa, los pobres y la política

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En Evangelii gaudium, Francisco levanta su voz en defensa de los excluidos y condena al sistema económico vigente, la economía de mercado. Muchos han reaccionado frente a lo que consideran un cuestionamiento al capitalismo: los que defienden este sistema económico ven en esa exhortación un alegato de inspiración marxista, mientras los enemigos de éste saludan entusiasmados las palabras de Francisco por compartir sus críticas.

La Iglesia Católica cuestionó este sistema productivo desde sus inicios atacando algunas de sus herramientas fundamentales bajo la acusación de usura; por eso sus primeros desarrollos se dieron en países protestantes. En Centesimus annus, Juan Pablo II condena una versión “salvaje” del capitalismo pero deja abierta la posibilidad de otro al que curiosamente propone llamar “economía de empresa, economía de mercado” (CA 42).

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Francisco hace afirmaciones más duras al asimilar el “no matar” con un “no a una economía de la exclusión y la inequidad”, porque “esa economía mata”; o al afirmar que “ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo… la exclusión”, o cuando habla de la “globalización de la indiferencia” (EG 53 y 54). Su posición sobre la propiedad de los medios de producción es ambigua, ya que si bien reconoce que “la vocación de un empresario es una noble tarea”, la condiciona a “que se deje interpelar por un sentido más amplio de la vida” (EG 203), y en otra parte habla del “vigente modelo exitista y privatista” (EG 209).

Las críticas que Francisco hace frente a las inequidades observadas son válidas, pero el problema aparece cuando se arriesga a condenar un modo de producción que sólo puede modificarse por medio de la acción política. Y dado que la Iglesia no es un partido que ofrezca a sus seguidores un canal orgánico de participación política para encauzar las reformas dentro de un marco institucional, deja a sus seguidores huérfanos de pautas de acción, lo que puede llevar a que éstos busquen responder al llamado de sus pastores por la vía directa, armada, de la Teología de la Liberación, o como en el caso argentino, incorporándose a las filas de Montoneros.

La Iglesia parece no reparar en rasgos de la personalidad humana como lo es el de la necesidad de beneficios personales para sentirse motivados a producir riquezas. Ese fue uno de los errores de Marx cuando pensó que los aportes y las recompensas se regirían por aquella utopía “de cada cual según sus posibilidades y a cada cual según sus necesidades”. La historia de la humanidad no registra soluciones al tema de la producción sin esos incentivos (el factor antropológico, según algunos filósofos), y hoy podemos ver regímenes comunistas como China y Cuba permitiendo la presencia del capitalismo para superar sus deficiencias económicas.

El problema pasa a ser entonces el de controlar los efectos negativos de esa necesidad de incentivos para producir, sin matar la lógica del capitalismo. Esos controles deben hacerse desde el aparato del Estado; pero dado que en el manejo de éste también participa el hombre con sus ambiciones, será de enorme valor el aporte que puedan hacer las diferentes religiones, ya sea la católica u otras inspiradas en el Oriente y que se proponen cambiar el “corazón” del hombre.

En cuanto a los controles desde el Estado, la historia muestra dos formas diferentes de hacerlo: una dictatorial, que ha logrado ese control al precio de no salir del subdesarrollo, junto al padecimiento por la falta de libertades; el otro, democrático y republicano, donde la aplicación de ese control resulta más compleja, aun cuando países como los nórdicos muestran que es posible aproximarse al objetivo.

Frente a estas complejidades, y dado que las denuncias de la Iglesia irrumpen en el escenario político, se hace necesario que ésta se expida también sobre las formas aceptables de trabajar por una sociedad más equitativa, evitando así que algunos de sus numerosos seguidores opten por caminos dolorosos.

*Sociólogo.