Entre las numerosas crónicas periodísticas sobre los dichos del papa Francisco a los jóvenes en Brasil –e incluso en la inusual conferencia de prensa en el avión de regreso a Roma, donde hizo también referencia a la condición gay, cuyas palabras marcan más un cambio en la actitud pastoral que en la doctrina– acaso falte centrar la atención en su discurso a los obispos del Celam. ¿Por qué? Porque acaso allí marcó algunas directivas de su pontificado a partir del documento de Aparecida que, en 2007, le significó también un reconocido liderazgo continental.
En esa alocución, el papa argentino señaló que una originalidad de la 5° Conferencia General del Episcopado de Latinoamérica y el Caribe fue iniciar sin un documento. Se eligió “la participación de las iglesias particulares como camino de preparación” y a él como presidente de la redacción en su versión final.
Otro aspecto novedoso, y que Francisco no deja de resaltar, es que en esa ocasión las reuniones de los obispos y peritos se dieron en el marco de un santuario mariano, acompañados por las canciones y los rezos de los peregrinos. Lo cual pone de manifiesto la “teología” de Bergoglio, que rescata la sabiduría y la fidelidad genuinas del pueblo de Dios, antes que las estructuras jerárquicas de la Iglesia. Además, la figura mariana resulta emblemática para comprender la historia, la cultura y la evangelización de América latina.
Se trata de una misión que debe llevar a un “cambio de estructuras”, de las caducas a las nuevas, y cambiar corazones. Por eso se convoca a los bautizados y a “los hombres de buena voluntad”, porque la vocación humana es “servir a todos”. De eso se trata cuando se habla de renovar la Iglesia y de dialogar con la sociedad actual. De allí los interrogantes: ¿somos más pastorales que administrativos?, ¿es el pueblo el principal beneficiario de la labor eclesial?, ¿promovemos espacios de misericordia?, ¿hacemos partícipes a los laicos?
En esa perspectiva, Francisco quiere recordar las enseñanzas del Concilio Vaticano II. Hay una frase de la constitución pastoral Gaudium et spes que le gusta repetir: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo”. Jorge Bergoglio, quien se manifiesta medularmente genuino en su encuentro con los necesitados y con los enfermos, remata: “Aquí reside el fundamento del diálogo con el mundo actual”.
Reclama luego el profundo cambio que exigen las nuevas generaciones si se pretende dar alguna respuesta en los múltiples y variados “aerópagos” de nuestras ciudades. Una vez más, Begoglio parece querer unir la espiritualidad que le sugirió el nombre y su condición de jesuita: Francisco de Asís e Ignacio de Loyola, pobreza y conducción, entrega seráfica y estrategia militar.
Después analiza, desde su peculiar enfoque y condena lo que llama el “reduccionismo socializante, desde el liberalismo de mercado hasta la categorización marxista”. Arremete contra lo que define como la “ideologización psicológica”, la “propuesta gnóstica”, la “pelagiana”, el “funcionalismo” o el “clericalismo”, todas formas de lo que entiende como distorsiones del genuino mensaje evangélico.
¿Puede decirse que este es el pensamiento político y eclesial de Francisco? Ciertamente así se expresa. Ahora habrá que seguir sus nuevos pasos, ad extra y ad intra: ver cómo afronta la agenda internacional y cómo reforma drásticamente la curia y le da transparencia a las finanzas vaticanas; habrá que observar sus estrategias ecuménicas e interreligiosas (donde cuenta con experiencia y aprecio) y considerar sus propuestas en favor de la paz y la convivencia de las naciones. De Brasil regresa a Roma como Julio César, triunfador. Pero su pontificado recién empieza y, se sabe, nadie tiene asegurado su futuro.
*Director de la revista Criterio.