Primero, iba a venir Benedicto XVI; luego, su mano derecha, el secretario de Estado, Tarcisio Bertone; finalmente, la representación papal para celebrar los treinta años de la mediación que evitó la guerra entre Argentina y Chile recayó en el arzobispo de San Pablo, Brasil, Odilo Pedro Scherer. Por eso, Scherer viajó a Buenos Aires y el viernes encabezará las celebraciones en Punta Arenas, con Cristina Kirchner y Michelle Bachelet. El brusco descenso en la jerarquía revela que El Vaticano tiene escasa confianza en el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y, en especial, en su todopoderoso marido, el ex presidente Néstor Kirchner.
Durante su gobierno, Néstor Kirchner nunca se llevó bien con la Iglesia Católica. No tanto por sus íntimas convicciones religiosas sino porque, en su táctica de la confrontación y el apriete, eligió a ese sector como uno de sus blancos preferidos, tanto a nivel local como global.
Cristina Kirchner llegó con una promesa de renovación, tanto que, en su primera entrevista con Bertone, hace un año, invitó al propio Benedicto XVI a viajar a Argentina y Chile para encabezar los festejos por la exitosa mediación de su antecesor, Juan Pablo II. Bertone regresó a la Ciudad del Vaticano convencido de que las relaciones bilaterales mejorarían, pero rápidamente se dio cuenta de que muy poco había cambiado, tal vez debido a la influencia cada vez más desembozada de Néstor Kirchner en el nuevo gobierno.
Por eso, y porque el Papa evita al máximo los viajes largos por razones de salud, El Vaticano rechazó cortesmente la invitación presidencial y deslizó que el representante pontificio podría ser el propio Bertone, un salesiano con información propia sobre todo lo que sucede en nuestro país. Pero luego decidió enviar a una persona de mucha menor jerarquía en un claro mensaje político y a pesar de que la mediación por el Beagle es uno de los mayores logros de la diplomacia pontificia en las últimas décadas. Esto fue anticipado en su momento por el diario PERFIL.
Es que los problemas bilaterales heredados de la gestión de Néstor Kichner continúan. El principal es la presunta intención del gobierno argentino de disolver el obispado castrense, que sigue vacante porque Cristina Kirchner aún no ha dado su visto bueno al obispo propuesto por el Papa.
El gobierno también tiene problemas con la Iglesia local, en especial con el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio. De acuerdo con el columnista de La Nación, Joaquín Morales Solá, un asesor del jefe de Gabinete, Sergio Massa, se permitió expresar el deseo oficial de que Bergoglio sea removido de su puesto durante una reunión con sacerdotes locales y diplomáticos vaticanos. El pedido, lógicamente, cayó mal y expresa el profundo desconocimiento de los funcionarios sobre cómo se mueven las cosas en la Iglesia: Bergoglio no sólo es el cardenal primado de la Argentina, el décimo país en número de católicos del mundo; es también una de las figuras más relevantes de la Iglesia a nivel global más allá de cómo se lleve con tal o cual colaborador del Papa.
Es cierto que en la Iglesia hay pujas internas, y que pueden llegar a ser despiadadas, pero los laicos inteligentes son, al mismo tiempo, prudentes y no se meten en peleas entre sotanas; por lo menos, no lo hacen de una manera tan torpe.
*Editor jefe del diario PERFIL.