Hemos insistido por este medio sobre la trascendencia del período post electoral de cara al notable desafío económico en danza. Caracterizamos, asimismo, algunos de sus rasgos básicos. Dirimir bien ese desafío es clave porque es probable que la economía mundial vaya esbozando en el tiempo, no sin vacilaciones ni altibajos, cierto repunte. Lo interesante para nosotros sería tratar de encarar un repechaje propio que logrará acoplarse a la factible mejora mundial. Esta circunstancia positiva, no obstante, no es de cumplimiento automático sino que depende de la seriedad de nuestras respuestas.
Un punto crucial en esto es el referido al tipo de cambio. Algo lógico porque en una economía chica y semiabierta como la argentina, esa variable es relevante para la dinámica de los recursos productivos y como factor de recepción y de traducción de variadas tensiones externas y domésticas. Por eso conviene reflexionar sobre la posición del tipo de cambio en la instancia antes aludida. Obviamente, la comprensión de todo esto exige una visión general de las variables.
El país tuvo un gran desempeño en términos de actividad y de empleo durante el lapso 2003(2002)-2007, resistente a cualquier comparación histórica. Pesó primordialmente una matriz modélica asentada en la pauta del tipo de cambio competitivo y sostenible, articulada con otras variables dispuestas consecuentemente.
Es verdad que esa matriz se desdibujó con el tiempo, perdiendo el tipo de cambio rigor competitivo, mientras otras variables, como la política fiscal y de ingresos, sufrieron cierto desalineo, permeabilizando así una inflación exagerada.
También perjudicó el conflicto con el agro, que rebasó cauces sensatos de negociación. La fuerte fuga de capitales tradujo varios de estos elementos, en concurrencia con el impacto deparado por la crisis externa (al que determinados reaseguros derivados de la matriz en cuestión, limitaron en sus contornos más trágicos).
Es visible que el futuro económico post electoral luce incierto y difícil. Pero, aún así, corresponde recomendar determinadas pautas de acción.
En este orden, lo preferible es plantear la recomposición de aquella matriz modélica, corrigiendo errores, aunque el empeño sea arduo. En este caso, es clave contar a modo de hilo conductor con un tipo de cambio real bastante más competitivo –más realista– que el actual, el que carga un retraso de alrededor del 25%. Por supuesto, ello demanda desandar la política cambiaria que aplica el Banco Central desde hace tiempo, incluida la encarada durante la crisis, mezcla de represión cambiaria, de comportamiento tipo “diástole-sístole” y de devaluación “a centavitos”, que deparó molestias en el plano productivo, exportador, laboral, fiscal y en materia de monetización.
Aclárese que la cuestión cambiaria remite a una perspectiva integral de la política económica. A la vez, si prevaleciera una situación de desquicio económico, radicalizándose la salida de capitales, seguramente la agitación cambiaria fungiría como su doloroso barómetro.
Lo mejor, entonces, es articular el necesario realismo cambiario en el seno de un programa global que maximice los aportes positivos, como los vistos en el lustro citado, y busque minimizar los fastidiosos.
Un grave error sería reprimir el tipo de cambio a un nivel desalineado, lo cual genera bemoles como los mencionados arriba. Incluso, el desalineamiento puede, a la postre, favorecer la fuga de capitales y agraviar la estabilidad de precios.
En lo último, hay una causalidad inversa a la que se pregona, también usada para avalar la política cambiaria en curso. En rigor, igual ocurrió cierto ajuste cambiario –de alrededor del 20%– y está claro que el mismo no fue determinante en la inflación del período. Y, al revés, un desvío cambiario serio es amenazante para la estabilidad de precios.
En fin, dadas las condiciones internas y externas, y aplicando un programa integral, con idónea política fiscal, salarial y de precios, los aspectos positivos del realismo cambiario tenderán a primar, dando aire a la posibilidad del “repechaje con acople”.
*Economista.