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El periodismo ha muerto

Diario 20240607
Periodismo gráfico | Unsplash | Ashni

Creería que mi generación fue de las últimas en formarse bajo los estándares del periodismo gráfico, por decirlo de alguna manera, clásico, ese que se apoyaba más en el papel que en la virtualidad y que estaba sujeto a coordenadas que fueron cayendo en desuso. Aunque no tuvimos que hacer las complejas investigaciones de nuestros predecesores gracias a internet que, de entrada, nos facilitó todo, al menos no empezamos en estos tiempos de tiranía clickbeiteana.

Si bien convivimos con el hecho de cortar y pegar desde la comodidad de nuestros dispositivos tecnológicos datos que antes había que salir a buscar de cuerpo presente –con toda la aventura y el riesgo que aquello debe haber deparado y que ahora solo se reserva a algunos casos– los que tuvimos la posibilidad trabajar en esto unos años antes de la explosión de las redes sociales, como vehículo prácticamente unívoco de la información, conocimos un ejercicio del oficio bastante más noble y, diría, más informativo.

Las diferencias entre el periodismo que no estaba sometido a las redes y el híbrido multiforme de ahora son muchísimas, pero obviamente el clickbait y la extendida idea de que cualquiera está en capacidad de comunicar –porque comunicar se confunde con opinar– son las que más cambiaron el panorama.

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El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
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Mientras las famosas cinco preguntas (quién, dónde, cuándo, cómo y por qué) respondidas al inicio de un artículo tenían la bondad de dar a conocer lo fundamental sin dilaciones y dejar al lector decidir si llegaba o no, al final del texto (que debía ser enriquecido con datos suplementarios), el clickbait tiene la mezquindad de informar parcialmente y obligar al, ya no lector sino consumidor de contenidos, a leer una cosa en general, pobremente escrita, casi hasta el final, para saber qué corno pasa. Las secciones en las que se establecía una suerte de fidelidad entre un medio y quienes lo compraban fueron desdibujándose junto a las ilustraciones y fotografías de buena calidad, en tanto crecen la venta de humo y las operetas, que siempre existieron, pero nunca fueron tan grotescas. Opinadores que no fueron capacitados en la verificación de datos pueden hacer pasar su visión sesgada sobre uno o más temas, como si fuesen un espejo de la realidad.

Cuando me deprimo por haber cruzado la tétrica barrera de los cuarenta, me solazo pensando en lo bueno de haber conocido un mundo en el que había algo de generosidad o altruismo –probablemente forzados por los rigores de formatos que se flexibilizaron al ritmo de los derechos laborales– en el acto de informar. ¡De algo tiene que servir ir llegando a vieja!