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El periodismo que viene

El poder de Twitter

El diario Washington Post (WP) estableció normas a sus periodistas para el uso de redes sociales, éstas muestran hasta qué punto las redes sociales y el periodismo en Internet están poniendo en crisis al periodismo tradicional.

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Esto le impone un diario famoso a sus periodistas.

* Cuando un periodista usa redes sociales (Twitter, Facebook, etc) en su trabajo o en su vida personal debe tener siempre presente que es un periodista de nuestro diario.

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* Nada debe poner en tela de juicio nuestra imparcialidad. Jamás debemos abandonar las reglas que separan la noticia de la opinión, (ni olvidar) la importancia de los hechos y la objetividad.

* Todos nuestros periodistas renuncian a algunos de los privilegios de los ciudadanos particulares. Cualquier contenido asociado a ellos en una red social online es, a los fines prácticos, el equivalente de lo que aparece firmado por ellos en nuestro diario o sitio web.

Y esto:

* Las páginas personales online no son el lugar apropiado para discutir temas internos de la redacción tales como fuentes, investigaciones, decisiones sobre publicar o no (…)

Estas son, glosadas, algunas de las normas que el Washington Post (WP) estableció para el uso de redes sociales: muestran hasta qué punto las redes sociales y el periodismo en Internet están poniendo en crisis al periodismo tradicional.

Se trata del diario que expuso el Watergate en una página imborrable en la historia del periodismo. Pero no ha soportado la prueba del tiempo:

* Se siente con derecho a opinar sobre la vida personal de sus periodistas en Internet y les da por renunciado el derecho (privilegio, dice) de sostener en Internet opiniones distintas u opuestas a las que sostienen en el diario, derecho que, reconoce, tienen todos los ciudadanos “particulares“;

* Opina que existe la objetividad, que hay noticias sin opinión.

* Entiende que cualquier exposición de los procesos periodísticos internos es nociva para el diario.

Las normas del WP son un intento de enfrentar nuevas realidades con las ideas del pasado. Hasta hace poco los diarios tenían el “monopolio“ de la mediación periodística. La mayoría de los periodistas tenían un solo lugar para dar a conocer su producción: el medio en que trabajaban. Y su voz era la voz “oficial“ de ese diario. Si trabajaban en otro diario, eso no cambiaba las reglas.

Internet les arranca a los grandes diarios como el Washington Post (y cualquiera de los locales) esa facultad. Hoy cualquiera puede mediarse: en su blog, en foros y también, justamente, en las redes sociales. O sea, un periodista como cualquier otro humano, puede contar anécdotas personales o ajenas, hacer chistes, enojarse, dar opiniones… y publicarlas. Por primera vez en la historia esto se hace a escala global, es fácil, baratísimo y rápido.

Se ha operado un cambio radical de lo privado y lo público. Desde luego que los periodistas siempre tuvimos una vida externa a nuestros trabajos: opinábamos en mesas de café entre amigos. Hoy esa vida “extraoficial“ cuenta –gracias a las redes sociales, los blogs, etc– con las mismas posibilidades de publicación que nuestro trabajo “oficial“. Eso cambia la naturaleza de nuestra relación con los medios masivos tradicionales donde siempre ha prevalecido la voz de la institución.

Lo novedoso es que la producción de un periodista fuera de su diario puede poner en duda la coherencia o la “imparcialidad“ del discurso editorial de la empresa. Las normas del WP salieron luego de que un editor importante hiciera un chiste en Twitter sobre las dificultades de Obama para reformar el sistema de salud.

He consultado a Perfil, Clarín y La Nación. Ninguno de ellos tiene normas de esta naturaleza.

Las normas del WP contienen puntos razonables pero no tengo espacio acá para desarrollarlas. Prefiero concentrarme en otros agujeros negros del WP. Uno: la idea de que existe la objetividad y que esa objetividad le pertenece periodismo. Dos: la idea de que revelar los procesos internos periodísticos es malo para el diario.

Para mí, la primera es una ilusión; Eliseo Verón (semiólogo, autor de Construir el acontecimiento. Gedisa, Buenos Aires, 1983) nos abrió los ojos en los 80. La segunda es pura ignorancia y miedo miope a perder el control. Si no podemos ser objetivos seamos transparentes. Hoy pocos creen en la objetividad y menos aún en la objetividad del periodismo (quizás ese fue el único mérito de la guerra por la Ley de Medios). Los periodistas podemos construir credibilidad mostrando las fuentes que usamos, cómo constatamos su veracidad, en qué se benefician nuestras fuentes anónimas con sus confidencias; revelemos, sobre todo, nuestros intereses. Mostremos el proceso de nuestra toma de decisiones. Seamos transparentes para que se pueda evaluar nuestro esfuerzo por ser justos y ecuánimes, nuestra coherencia y nuestra integridad.

Esto debería ser una política de las instituciones. Las que se resistan a hacerlo van a quedar atrás y agonizando. ¿Recuerdan que las filtraciones en Internet de algunos periodistas del New York Times expusieron hace pocos años las fabricaciones de un periodista estrella y forzaron finalmente la renuncia de un jefe de redacción que lo protegía? Los reglamentos del WP no van a impedir algo así. Sencillamente porque hoy eso es posible.

Es difícil la transparencia; significa ceder poder. ¿Es ingenuo? Va a ser imprescindible.

 

*Periodista (www.robertoguareschi.com).