Qué desafío imaginar un país ante la ausencia de furor soberbio tan ladino. Y en materia cultural, cuánto más. Recuerdo la leyenda sobre el regreso de Osvaldo Soriano en los 80: en su libretita negra traía la lista de aquellos que no lo habían ayudado en el exilio, o que simplemente lo ignoraron. Charlie Feiling postulaba que lo eludían porque escribía pésimo, y que en su actitud se mezclaban las aguas de la corrección política con las ambiciones de un escritor; caso extraño, pues su venganza dejó sin trabajo a varias personas. Venganza, qué dura es.
No menos que cándida me ha resultado la conversión al kirchnerismo de unos cuantos intelectuales (novelistas, poetas, ensayistas...). Más aún, creo que rescató a varios del olvido, como Jorge Dorio, para comprobar que abandonaron el uso de la lengua y los principios de la argumentación. Pero la parafernalia mediática ha producido ilusiones, como que el sociólogo Forster es un hombre adecuado para un cargo político, o como que el escritor de policiales José Pablo Feinmann puede aspirar al mote de filósofo por exponer improvisaciones ante una cámara... El “kernerismo” (supongo que los guionistas de Lanata merecen una medalla por subrayar la caprichosa dicción de Carrió) ungió a sus defensores teóricos con una impunidad mediática asombrosa. Fueron capaces de defender políticas inútiles, negar el enriquecimiento ilícito de sujetos como Jaime, y hasta postular que la corrupción no mata. Qué notable, diría un suegro anarquista que supe tener. De todas formas, es necesaria la libretita de Soriano. Más aún considerando con qué facilidad mutan de “piel ideológica”. ¿Cómo ven a María Pía López tomando los hábitos monacales del peronismo tradicional? ¿Y si Forster se liberaliza para dirigir un banco? Cuidado, lo más peligroso es que son todos soberbios delatores. Al menor atisbo de crítica, el otro, sin que importe su entidad, se convierte en odiador serial, desestabilizador, golpista, dueño del rencor de clase oligarca, asalariado de los monopolios, y hasta un impoluto pez de Cabandié. Y sobre este punto es que imagino el post kernerismo.
Una vez escrutado el voto, y como derrotados reales, ¿de qué se disfrazarán todos estos emisores de discurso oficial? Por lo pronto, sugiero que abandonen ciertas prácticas, por ser minoría nomás, porque el espacio mediático público debe dejar de ser funcional a la propaganda de un gobierno sin consenso en las urnas. Limítense a informar y dejen de analizar lo que los otros expresaron, basta de trabajos prácticos de periodismo lumpen. En segundo término, abandonen la declamación de nacionalismos: ni sagas, ni héroes, ni reconversiones idílicas de las luchas intestinas de 200 años. Estamos en el siglo XXI, en una provincia latinoamericana con 44 millones de individuos, de los cuales el 25% vive en condiciones de miseria: con clases de revisionismo histórico alucinado los pobres no comen. Y tercero, nada de victimizarse y poner en escena una catarsis grupal buscando culpables dentro de sus filas. Hacer de eso un show mediático cruzando el mea culpa con las acusaciones de traición déjenlo para la intimidad, ofrezcan a la población algo que les resulta escaso: decoro.
Pero qué va, el ejercicio del poder veja cualquier atisbo ético. El “kernerismo” en retirada aplicará el sistema de tierra arrasada, causando el mayor daño posible para dificultar la gobernabilidad de quien asuma el poder en 2015. También, como depredadores temerosos de una caza judicial indiscriminada, intentarán borrar las huellas del saqueo de las arcas del Estado. Porque la cultura extractiva es su esencia, la que permite contaminarlo todo, como lo hace la Barrick Gold, y lo hará YPF con un socio “imperialista”, a través del fracking. Y después, existe la extracción de personas sin destino conocido. Antes de retirarse al ostracismo, deben contestar una pregunta: ¿dónde están Julio López y Luciano Arruga?
*Escritor.