Hay algo extraño en la indiferencia argentina ante Nymphomaniac (20013), la película de Lars von Triers cuya distribución entre nosotros no está prevista, pero que nos devuelve las esperanzas muertas en el cine como pensamiento.
Dividida en dos partes de 110 y 130 minutos cada una, Nymphomaniac es, una vez más, una meditación sobre la batalla de los sexos, pero esta vez a partir de dos figuras límite.
Tercera parte de la Trilogía de la Depresión, integrada por Anticristo (2009) y la también extraordinaria Melancolía (2011), la última entrega de Lars von Triers narra una conversación entre un célibe (Stellan Skarsgård) y una libertina (Charlotte Gainsbourg), después de que él la encuentra golpeada en una callejuela y la lleva a su casa.
Dos formas subversivas de la sexualidad se enfrentan en un diálogo en el cual la libertina quiere a toda costa demostrar su maldad y el célibe la contradice en cada uno de los ocho capítulos que componen la complejísima película de Lars von Triers y el relato de Joe. Joe cuenta desde sus infantiles competencias con una amiga para ver cuál de las dos contabiliza más intercambios carnales en menos tiempo, hasta los últimos avatares de la protagonista en una relación sadomasoquista muy perturbadora, antes de convertirse en una sicaria sexual, pasando por los amantes por hora y, no podía ser de otro modo, el amor verdadero, que viene de la mano de Jerôme (desempeñado por Shia LaBeouf, el chico de Transformers), el primero en desvirgarla (por delante y por detrás) y que vuelve, con el correr de los años, como un ritornello, que la edición subraya musicalmente con la Sonata en La mayor de César Franck, que antes que a Lars von Triers había impresionado a Proust.
El hijo que Joe y Jerôme tienen se llamará, fatalmente, Marcel y, también fatalmente, una noche en que ha sido abandonado por su madre para concurrir a una cita con el sádico (desempeñado por Jamie Bell, el chico de Billy Elliot) se aproximará a una ventana abierta mientras suena Lascia ch’io pianga de Händel (como en Anticristo).
La película ha sido promocionada sobre todo a partir de las escenas de sexo explícito que exhibe (en verdad, se trata de la inclusión digital de imágenes de genitalia de actores porno en los cuerpos del reparto de la película). Una mostración semejante era completamente necesaria y la sabiduría de Lars von Triers (que en este punto coincide con la de directores como Travis Mathews) nos convence de que no puede haber relato de amor que no esté acompañado de imágenes tales.
Nymphomaniac es mucho más que eso, por cierto, lo que queda demostrado en el complejísimo casting de la película, cada una de cuyas piezas parece citar un modo de entender el cine (Uma Thurman, Shia LaBeouf, Jamie Bell...), la selección de la música, que va hacia lo más alto para mejor dibujar la caída, y la resolución final, donde la posición del célibe es reivindicada como la única posible (eso, o la muerte).