Reinaldo Carlos Merlo volvió a irse de un club apenas empezó un ciclo. Esta vez, el motivo (o la excusa) fueron unas declaraciones de Ezequiel González. Se había ido de Racing una vez, cuando el club vendió a Nicolás Pavlovich al fútbol ruso. Se volvió a ir de la Academia tras pelearse con el gerenciador. En esta etapa en Racing (2006/07), Facundo Sava le planteó su deseo de jugar más adelantado en la cancha y Merlo reaccionó borrándolo. Se fue de River, cuando Marcelo Gallardo le planteó una modificación en el esquema de juego. En este caso, hay semejanzas con lo del Equi y lo de Sava. O sea, estos jugadores –referentes, importantes– se quejaron de una supuesta inclinación del técnico hacia sistemas defensivos. Gallardo y Sava fueron a cuestionárselo en privado. González lo hizo público. Mostaza reaccionó igual en todos las situaciones: se fue.
Cuando pasó lo de Gallardo (9 de enero de 2006), se dijo que Daniel Passarella había operado desde afuera para hacerle la cama a Merlo y que Gallardo había actuado como vehículo de esa operación. Así dicho, parece una locura. Semejante ingeniería de la maldad necesita de varias personas para perjudicar a una y todas al mismo tiempo. Me consta que –en aquel momento– más de un dirigente de River intentó convencer a Mostaza para que reviera su decisión, incluido el presidente Aguilar, que estaba de vacaciones. No hubo caso: Merlo abandonó la dirección técnica de River en plena pretemporada. Dejó el cargo que, según él, era “el sueño de mi vida”. Es cierto que Passarella asumió la noche del mismo día, pero los hechos no estuvieron vinculados.
La teoría conspirativa de un “complot passarelliano” siguió en una buena porción del inconsciente colectivo, aun cuando resultaba más o menos claro que era un disparate. Merlo había dado un portazo en Racing por la venta de un jugador dos semanas antes del inicio de un torneo y se fue cuestionado por Sava y enemistado con otro, Francisco Maciel. En conclusión, no pudo resolver el planteo de tres jugadores de experiencia, de ascendencia fuerte en los planteles que integran. Tengo la certeza de que las salidas de Merlo son por problemas de conducción, en el contexto de un extraño déficit en el manejo de situaciones cotidianas. ¿O acaso suponemos que los únicos que plantearon diferencias conceptuales con un entrenador son Sava, Equi González y Gallardo, y el único DT que las recibió fue Merlo?
Muchos técnicos dicen aceptar sugerencias de los futbolistas, pero se guardan la última palabra. De esa manera, abren los oídos a las necesidades de sus dirigidos y las adaptan a sus ideas. Hay técnicos que preguntan y hay otros cuya personalidad y poder de convencimiento dejan un escasísimo margen para la duda. No hay antecedentes de que a César Luis Menotti, por ejemplo, algún jugador le cuestionara su esquema de juego. Carlos Bilardo, en cambio, fue mirado con desconfianza en la Selección cuando comenzó su proceso, en los años 1983/84.
Burruchaga le dijo lo siguiente a quien escribe estas líneas (ahora se puede contar, Jorge; ya pasó mucho tiempo): “Bilardo está loco. Para el entrenamiento a cada rato para hacer jugadas preparadas o para explicar algo. Voy a terminar desgarrado”. Jamás Burru le dijo algo al Narigón, porque el técnico siempre –aun en estas dudas– mostró poder de convencimiento. El tiempo (y el gol de Burruchaga a los alemanes en México) le dio la razón a Bilardo. Los jugadores fueron entendiendo la idea con los años, aun cuando el equipo perdía o jugaba mal en las giras previas. A los jugadores no se les ocurrió nunca ir a golpearle la puerta de la habitación –como hizo Gallardo con Merlo– o decir a través de un medio gráfico lo que sostuvo Equi González (“Me gusta el estilo de juego de los equipos que dirige Cappa”). Hay una generación de jugadores diferentes, es cierto. Pero también, algunos entrenadores –aún no avalados por los resultados, como Bilardo en la previa al Mundial ’86– no dejan margen de discusión. Se trazan un objetivo y hacia allá van.
Las relaciones con los futbolistas pueden plantear inconvenientes, por supuesto. Hablamos de estrellas, de tipos con una vida rodeada de aduladores y de afectos ficticios. Y el trabajo del técnico es justamente ése, superar los problemas de convivencia con sabiduría, conocimiento y convicciones. Irse ante la primera contingencia desfavorable no corresponde a la actitud de un líder de grupo.
Merlo sumó 562 presencias en la Primera de River, es uno de los que más veces salió a una cancha con la Banda Roja. No tiene problemas de temperamento. Fue el tipo que le puso lucha al gran fútbol que desplegaban Jota Jota, Alonso y compañía.
Pero Mostaza tiene problemas de conducción y de seguridad. Si un futbolista acerca una opinión, debe ser escuchada, independientemente de lo que haga después el que dirige. Cuando Gallardo le planteó que si el equipo seguía jugando como lo hacía prefería irse, debió actuar con coraje, prescindir del Muñeco y seguir adelante, bancándose el peso político y deportivo de la decisión. O, por supuesto, acordar una posición intermedia. Hizo lo peor: golpeó la puerta del cuarto de un dirigente y le anunció su alejamiento.
Ahora pasó lo mismo. Central le ganó a San Martín de Tucumán un partido casi decisivo. Mostaza tomó la determinación de dejar en el banco a un referente como Equi González. La decisión estaba tomada antes del partido con Racing, del domingo pasado. El jueves anterior, Ribonetto, Pablo Alvarez y Moreno y Fabianesi habían intentado infructuosamente convencerlo de que siguiera. Sus amigos intentaron justificarlo, diciendo que no se adaptó a Rosario y que extraña las cenas con los amigos. Rosario no siempre estuvo cerca, pero 300 kilómteros no parecen un problema muy serio. Más bien, el problema serio lo tiene Reinaldo Merlo con su profesión. No se puede dirigir a un equipo profesional de fútbol sin tolerancia y lleno de inseguridades. Deberá aprender esto rápido, para que su próximo trabajo no vuelva a ser un fracaso.