“Argentina tiene todas las distorsiones macroeconómicas posibles de modo simultáneo. Un país puede tener varios problemas, pero Argentina los tiene todos y juntos, superpuestos e interconectados. Argentina tiene déficit fiscal, déficit comercial, vive un proceso inflacionario, atraso tarifario en todos los servicios públicos, exceso de impuestos, exceso de costos, altísimas tasas de interés, atraso cambiario, subsidios para más de la mitad del país en todos los planos. Y cada vez que el Gobierno intenta mover alguno de estos componentes se le afecta el otro. Si sube la tasa de interés, se le atrasa el dólar. Si sube el dólar y baja la tasa, le suben los precios. Si baja los subsidios y sube las tarifas, los gobernadores se le resisten y los contribuyentes y ciudadanos y votantes protestan. Si baja los impuestos, aumenta el déficit fiscal. Si baja el gasto público, el sistema presenta mucha resistencia. Si baja los costos, se le complican los sindicatos. Y así podemos estar todo el día conectando derivaciones de cada uno de los componentes que Macri puede mover en este esquema laberíntico endemoniado en el que el Presidente está metido”. Así comenzó uno de sus mejores editoriales radiales Marcelo Longobardi al terminar la semana.
Pero lo que luce endemoniado y laberíntico puede también ser muy simple. Que todos los valores estén desajustados al mismo tiempo demuestra que la solución también podría resolverlos todos al mismo tiempo. Y de la propia descripción surge el diagnóstico: falta un plan integral que ataque simultáneamente los múltiples síntomas, y no de a uno por vez.
Parece un poco obvio decir que la economía es un sistema de homeostasis que responde como un globo: al apretarse en una parte se infla más en otra. No se puede esperar sacar el cepo (significativa devaluación) y que no aumente la inflación, salvo que se lo hiciera con un plan que contenga los remedios para los efectos secundarios no deseados de las decisiones, por más correctas que estas fueran. Que las distorsiones estén interconectadas indica que son todas parte del mismo problema, y las soluciones también tienen que estar interconectadas. Pero para ello es necesario tener una visión del todo, y Macri ve los problemas como si fueran independientes. Tiene respuestas individuales para cada uno, como un gerente especializado o un militar eficiente, pero no mostró aún la visión del todo de un estadista. Para traducirlo al diccionario de gestión: la visión de un fundador es diferente a la de un CEO.
Aunque parezca una contradicción, hay todavía un parecido entre una parte de la economía de Macri y la de Kicillof, quien frente a cada problema aplicaba una solución puntual que resolvía temporariamente ese problema pero creaba simultáneamente otro. Y así llegó el kirchnerismo a que todas las variables estuvieran distorsionadas, y así continúa el macrismo aun en una dirección opuesta y correcta.
Hay una diferencia entre el qué y el cómo: el rumbo puede ser el correcto pero el tipo de transporte, su velocidad o su costo pueden no ser los más convenientes. Y si el camino está poblado de dificultades, además de técnica se requiere ingenio. Como si fuera un cronista y no el conductor económico, Dujovne dijo en febrero durante una ruidosa conferencia de prensa en Madrid: “Tenemos muy pocas herramientas para derrotar la inflación”. El racionalismo y la disciplina metodológica son condición necesaria pero no suficiente. El Gobierno, que tanto elogia el emprendedurismo, carece de esa cuota de creatividad.
La falta de una solución tiene múltiples causas. Parte es atribuible al modelo beta de la prueba y el error continuo que se adapta a la cultura posmoderna líquida de las nuevas generaciones que repelerían cualquier solidez en forma de estructura conceptual –explicado en “El modelo beta de Macri” (e.perfil.com/modelo-beta) y la réplica de Jaime Duran Barba en “El gradualismo y lo efímero” (e.perfil.com/lo-efimero)– que le ha sido tan exitoso electoralmente al PRO como frustrante en economía.
El modelo beta también es funcional a un Macri al que le aburren las abstracciones por la dificultad que demanda distinguir en el campo de lo complejo lo verdadero de la pura narrativa, además de la lectura de una cantidad de libros que requiere la preparación para esa tarea. Las categorías que utiliza Macri para representar la problemática del país no son muy distintas a las simples categorías que usó para ser exitoso en Boca; hasta sus metáforas para describir la política son futboleras, aunque cada vez menos afortunadamente.
Otra causa es la resistencia del Presidente a tener un ministro de Economía con “ego”, como se explicó en esta columna la semana pasada (e.perfil.com/inflacion). Se dividió el poder de un verdadero ministro de Economía en cinco ministros del área económica y dos vicejefes de Gabinete para que no surja ningún competidor político futuro. Cavallo y Lavagna fueron candidatos presidenciales después de ser exitosos ministros, y en Brasil Fernando Henrique Cardoso fue electo presidente después de domar la inflación, y ahora es candidato presidencial el ex presidente del Banco Central de Lula y ministro de Hacienda de Temer.
También la psicología tiene su cuota de responsabilidad: la sobrestimación que hace de sí mismo quien siempre tuvo éxito, consiguió lo que se propuso y desde muy chico pudo tener todo lo que quería. Nadie podría justificarse diciendo hoy que en 2015 no sabía que la economía tenía todas las distorsiones macroeconómicas juntas. El propio Macri repetía en campaña que “lo más fácil será terminar con el cepo y la inflación”.
El gradualismo, que se explica como una necesidad política para ganar elecciones, omite la posibilidad de un plan exitoso económicamente y, por tanto, también electoralmente. La disyuntiva entre ganar las elecciones o arreglar la economía no tiene en cuenta la posibilidad no excluyente de ambas responsabilidades de cualquier gobierno.
El macrismo convierte impotencia en virtud: el no saber cómo resolver el problema es expuesto como sensibilidad social. Como un médico que va operando por tramos al paciente argumentando que es para que sienta menos dolor, cuando en realidad no sabe aún de qué operarlo y va probando.
Desde el PRO se sostiene que lo que ellos hacen es algo distinto a lo que el círculo rojo de analistas está acostumbrado. Que resultan inclasificables (ejemplo: el PRO no es “ni desarrollista ni liberal sino lo que se pueda”) porque las categorías políticas y económicas con las que se pretende juzgarlos son obsoletas porque ellos son algo nuevo. Quizás el problema ontológico, más que categorial, sea del orden del no ser de un grupo de personas bienintencionadas que vinieron a cumplir un papel de amortiguador transicional entre el populismo kirchnerista y lo finalmente nuevo que aún no emergió. Ojalá que Cambiemos en el hacer se haga y en su autopoiesis mejore el país.