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economia e instituciones

El progreso y las canchas marcadas

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Los acontecimientos del jueves pasado presentaron sintéticamente la contradicción que enfrenta hoy a la sociedad argentina.
Sobre la primera hora de la tarde, la presidenta de la Nación, en su alocución por la re-re-reinauguración de Atucha II, explicitó su espíritu antidemocrático al manifestar que a ella “nadie le marca la cancha”, mientras era vivada y aplaudida por sus seguidores.

 A última hora de la tarde, en cambio, una parte de la sociedad argentina se manifestó para recordar que, en democracia, todos tenemos la cancha marcada.

La Presidenta intenta desconocer que a cualquier ciudadano de una república democrática, le marcan la cancha la Constitución y las leyes. Además de las implícitas reglas de convivencia que caracterizan a una sociedad civilizada. Y en el caso del Poder Ejecutivo que ella representa, la cancha se la marcan el Congreso, por un lado, y los jueces independientes, custodios naturales de las marcas de la cancha, por el otro.

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CFK no quiere que le marquen la cancha. El “modelo”, el “proyecto”, considera esos límites como imposiciones anacrónicas y no como reglas a respetar. De allí que, en los últimos años, se dedicara sistemáticamente a destruir el sistema de controles, equilibrios y balances de poder que marcan la cancha. Al periodismo crítico se le opuso un periodismo militante, financiado con publicidad oficial, y la compra por parte de “amigos” de medios de comunicación, violando su propia Ley de Medios. Al poder de marcar la cancha inherente al Congreso de la Nación, se le impuso la disciplina partidaria (más cercana a la asociación ilícita), sin admisión de debates, enmiendas o participación constructiva de otras fuerzas políticas. A la marcada de cancha de los fiscales y jueces, se les intentó oponer la reforma judicial, las reformas a los códigos, la Justicia militante, las persecuciones. A las marcadas de cancha del “mercado”, se le opuso un estatismo desproporcionado e ineficiente. Una maraña de regulaciones, controles y prohibiciones. Todo esto, condimentado y “ayudado” por aprietes, carpetazos y usos varios de los sistemas de inteligencia.

Así, las marcas de la cancha argentina se fueron desdibujando, borrando, diluyendo, al ritmo del ejercicio del poder K, mientras una parte importante de la sociedad lo admitía, y hasta apoyaba, bajo el “soborno” de una mejora económica o una cuota impensada de poder.
Cuenta Karen Armstrong, en su extraordinario libro La historia de Dios, que las sociedades primitivas tenían una aproximación absolutamente pragmática a sus dioses. No había vocación filosófica o moral, sólo una cuestión práctica. “Haceme llover para que la cosecha sea buena”. “Haceme ganar la guerra” frente a los enemigos. “Que sople el viento frente al calor”. “Que se encienda el fuego ante el frío”. Análogamente, hace mucho que una buena parte de la sociedad argentina se relaciona, con ese mismo “primitivismo”, con sus gobernantes.

Y este “primitivismo” no sólo ha sido patrimonio de los “necesitados”. Hace algunos años, un industrial justificaba su oficialismo argumentando: “Nunca gané tanta plata”. Hoy está casi quebrado y protestando por el acuerdo con China. Todo lo anterior no desconoce que las “marcas de la cancha” no pueden permanecer estáticas ni dejar de actualizarse, pero el propio sistema establece mecanismos eficientes para esos paulatinos e irremediables cambios.

El jueves por la tarde, decía, una parte de la sociedad, sea porque ya la Diosa Cristina no nos hace ganar plata, sea por auténtica vocación republicana, marcharon/mos, bajo la lluvia, pidiendo que las marcas de la cancha fueran nuevamente pintadas y que los que gestaron o aprovecharon esa falta de marcas para robar fueran presos.

Si llegó hasta aquí, usted se preguntará, con razón: ¿qué hace toda esta extensa perorata en una columna sobre economía?
La respuesta no es trivial, aunque debería serlo.
Siguiendo con ese “primitivismo”.

 Tome usted cualquier ranking que ordene los distintos países en función del bienestar de su población, y su calidad de vida. Podrá comprobar que en los primeros puestos encontrará, casi sin excepción, a países donde prevalecen gobiernos que tienen la cancha marcada por el equilibrio de poderes, por jueces independientes, por bancos centrales autónomos, por Congresos que representan a sus votantes.

A la larga, no hay buena economía sin buenas instituciones.