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El pulpo Paul

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Muchos años después de haber visitado la alta cama de Victoria Ocampo, Roger Caillois (1913-1978) publicó El pulpo (1973), un “ensayo sobre la lógica de lo imaginario” que retomaba un debate muy anterior, con Sartre, a propósito de la imaginación.

Cofundador con Bataille y Leiris del Collège de Sociologie (1937-1939), Caillois había roto a los 21 años con los surrealistas. Discípulo de Dumezil, Kojève y Marcel Mauss, se interesó por el mundo mineral, los juegos, los rituales, las comunidades y, fatalmente, la literatura sudamericana.

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En contra de Sartre, Caillois propuso que la imaginación no es un hecho de conciencia sino que lo imaginario es una de las prolongaciones posibles de la naturaleza. La imaginación se vuelve, así, presubjetiva y forma parte de un “lenguaje natural” que coagula en formaciones imaginarias que le dan su consistencia. El ser humano es sólo un medium (intermediario) entre las cosas y las palabras.

En El pulpo, Caillois traza la historia de esa figura desde la antigüedad mediterránea, cuando es una constante decorativa (sin estatuto mitológico o ritual) hasta el monstruo urdido por el positivismo decimonónico, pasando por el cristianismo, que dota a la figura de astucia, lubricidad y avaricia (sin ponerla, sin embargo, en el lugar de lo temible sino meramente advirtiendo de las trampas de las que es capaz).

En 1802, Denys-Montfort es el primero en hacer del pulpo un monstruo en sentido moral: vengativo y feroz y con una propensión irresistible a la destrucción y a la matanza que es correlativa de su inteligencia sobrehumana. En 1861, el gran historiador Michelet, para quien el pulpo, “más que un ser” es “una máscara”, dirá que el monstruo “necesita destruir”.

Para Lautréamont, en los Cantos de Maldoror (1868), los moluscos alados (la imagen es muy asquerosa) que planean en el cielo para advertir a los seres humanos que cambien de conducta son como inmensos y grandes espermatozoides salidos “de los grandes labios de la vagina de sombra”. Como el pulpo es la antítesis de la divinidad (limita su poderío y la hiere en carne propia), Maldoror se metamorfosea en pulpo para atacar a Dios.

Jules Verne, en Veinte mil leguas de viaje submarino (1869), abrevará en esa tradición demoníaca, monstruosa y capitalista al mismo tiempo.

Caillois se entusiasma con la posibilidad de captar una mitología “en su estado incipiente”, fenómeno que rara vez ocurre. Después, dice, el triunfo del racionalismo, la ciencia y la técnica obligan a la mitología a nuevos medios de expresión (el psicoanálisis viene a subrayar el carácter “polifálico” del pulpo).

Pero como a Caillois le importa destacar la continuidad entre la materia y la imaginación, dice que la conversión del pulpo en monstruo, en Mal, en vehículo de la destrucción y la catástrofe, es un corolario de su morfología corporal: ni fauces, ni dientes ni garras, lo que asusta del pulpo es su succión, sus ojos patéticos, sus tentáculos y sus ventosas, la blandura de su abrazo lúbrico y, finalmente, su capacidad mimética.

En todo caso, la postura de Caillois liga con la teoría del don y del gasto (de Mauss a Metraux y Bataille): el gasto, el suplemento barroco, lo gratuito (es decir, lo imaginario) están ya en la naturaleza, una de cuyas funciones es carecer, precisamente de función.

Una nueva transmutación del molusco viene a iluminar nuestros días tristes: el pulpo Paul adivina. No adivina cualquier cosa, sino resultados deportivos y, en particular, futbolísticos. Y tampoco adivina en cualquir dirección, sino que, usando sus capacidades miméticas (ya probadas por la biología marina), puesto a decidir si ganará tal o cual escuadra deportiva, Paul fatalmente coincide con los favoritos en los mercados de apuestas. “España”, dijo. Y ganó España, para algarabía de los Borbones y para tristeza de la casa de Orange.

La plebe, que es capaz de sostener ideas contradictorias, al mismo tiempo que se ríe de la impostura, se maravilla por los aciertos (que ahora se retrotraen, inverosimilmente, hasta la Eurocopa y, quien sabe, hasta los últimos Juegos Olímpicos).

Lo único que quiere Paul es que lo dejen comer tranquilo en su pecera las almejas previamente señaladas según el progreso de las apuestas, las mismas que, pronto, nos dicen, se instalarán entre nosotros gracias a la mediación de los amigos del poder regente.

No hay mitología en esta última transfiguración del Kraken fatal, y tampoco grandeza. Gana la copa, el mundial, el campeonato, la liga, el match o las elecciones aquel que mejor se adecua a las aguas heladas del cálculo egoísta.