En los primeros años del kirchnerismo se hizo común citar resumida la frase de Marx, “la historia se repite dos veces, primero como tragedia y después como farsa”, para ironizar al neosetentismo con el que el kirchnerismo aspiraba hacer una transfusión de la épica de aquella Juventud Peronista a La Cámpora. En ese caso, Montoneros ocupaba el lugar de Napoleón en la cita de Marx, y el kirchnerismo el de su sobrino Luis Bonaparte, quien tres décadas después de la derrota de Napoleón (más o menos la diferencia de tiempo entre el golpe militar de 1976 y la presidencia de Néstor Kirchner) consiguió ser nombrado segundo emperador de Francia.
Pero hay otra interpretación posible de aquella frase de Marx y, quizá, más adecuada al hoy de la realidad argentina, que es la de Herbert Marcuse en el prólogo de una de las tantas ediciones de El 18 Brumario..., el libro de Marx que comienza con aquella célebre cita. Allí Marcuse sostuvo que “sin duda, la historia se repite como farsa, pero a veces tal farsa es más terrorífica que la tragedia original”.
Tuve esa sensación esta semana a partir de la controversia por el nombramiento del general César Milani como jefe del Ejército y del anuncio del contrato de YPF con Chevron para explotar Vaca Muerta. Sentí que había triunfado el germen oposicionista que sembró el Gobierno.
Compartiendo PERFIL parte de un espacio técnico periodístico similar, me costaba no sentirme incómodo al ver al diario La Nación defendiendo la empresa pública y condenando la inversión privada, o por su sobreactuada preocupación por los derechos humanos durante la última dictadura. Mucho menos grave porque siempre fue oportunista, resultaba hasta gracioso ver a Clarín haciendo notar la afectación de los derechos de los mapuches en Vaca Muerta.
Imposturas como las de La Nación no son efecto de la falta de recursos intelectuales para comprender la realidad sino de una afectación que la emocionalidad ejerce sobre la razón, haciéndole perder sentido de identidad y de los valores que defiende. Es consecuencia del odio que se expresó a los tiros en los años 70 y que hoy se evidencia de forma no literalmente sangrienta, pero que puede terminar siendo igualmente terrorífico simbólicamente.
Si ante la apelación sistemática del kirchnerismo a la división y el enfrentamiento como forma de construir política quienes se sienten agredidos responden de manera similar, legitiman esa práctica al hacerla propia.
La Argentina pudo recuperarse de la tragedia que en los años 70 generó el uso de la violencia física como sustento de una ideología porque gran parte de la sociedad no comulgó con los métodos de la guerrilla ni con los de la dictadura, independientemente de los diferentes niveles de responsabilidad entre quienes tienen y no el control del Estado. Y fue ese amplio sector, representado por Alfonsín, el encargado de reconstruir los valores cívicos.
Aunque la violencia actual sea simbólica y no física, si la mayoría de la sociedad quedara prisionera de una lógica binaria autosustentada por el odio, la recuperación podría ser aun más dificultosa porque, entre otras consecuencias, no se dimensionaría la gravedad del oposicionismo como conducta política y se lo naturalizaría como algo inmanente de la acción política.
Un buen ejemplo, refiriéndose a la diferencia entre el relato y la realidad que a su juicio dejó expuesto el contrato con Chevron, fue la columna titulada “El espectáculo del sinsentido”, donde Alberto Fernández (quien ahora saltó de Scioli a Massa) escribió ayer en Clarín que “nadie que niegue la inflación puede decirse preocupado por los que menos tienen”, cuando mientras era jefe de Gabinete, en 2006, se instrumentó la manipulación de las cifras del Indec que él mismo justificaba públicamente, porque así se ayudaba a pagar menos de deuda externa con los bonos que se ajustaban por inflación. En 2007 la inflación del Indec fue de 8,5% y la real de 18%, y en 2008 la inflación del Indec fue de 7,2% y la real de 23,5%. Sergio Massa, su sucesor al frente del Gabinete, siguió esa política porque en 2009 la inflación del Indec fue de 7,7% y la real de 15%.
Otro ejemplo es el de Gabriela Michetti, quien habiendo integrado el reducido grupo de legisladores que votaron contra la estatización de YPF ahora se opone terminantemente al contrato de Chevron antes de poder conocerse aún las condiciones del mismo.
El párrafo completo de Marx fue: “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”. Ojalá las farsas, tanto en el kirchnerismo como en quienes se le oponen, no se inviertan marcusianamente hasta convertirse en tragedias.
La hipocresía y el oportunismo lucen menos graves que el odio pero, al retroalimentarlo, pueden tener consecuencias sociales igualmente dañinas y más difíciles de erradicar.