Se ha comenzado a emitir la serie La ciudad es nuestra en la plataforma HBO producida por el mismo equipo creativo que realizó The Wire. Esta serie, junto a Los Soprano, marcó el criterio de calidad del nuevo género; puede incluso tomarse el serial que protagonizó James Gandolfini como la que comenzó el ciclo de la llamada nueva televisión, al menos en términos de calidad. Más allá de sus valores, el éxito de The Wire reside en su carácter documental o pedagógico del estado de las cosas actual en las ciudades estadounidenses pero la situación en Rosario, por ejemplo, narrada a pie de calle por Germán de los Santos en La Nación, rompe ese mapa. El carácter didáctico de The Wire se construye con su mirada sobre los distintos actores del problema. Por una parte, la situación cotidiana de los pequeños dealers, los distribuidores barriales y, acto seguido, se aborda la educación y la situación de los sindicatos, para llegar luego al poder político y a los medios de comunicación. Todo este relato es atravesado transversalmente por la actuación de la policía. La visión es panóptica. El asombro se metaboliza en la tensión narrativa.
Lejos del documental y más cerca del modelo dramático clásico, Los Soprano acercan una visión doméstica del hampa, lejana a la obra de Coppola o Scorsese en la que se impone la sublimación; en la obra de David Chase se expone lo doméstico: esta gente violenta que usa, en el mejor de los casos, el negocio de la basura como tapadera y que cena en el italiano del barrio. Un registro reconocible, incluso, en la sobreactuación de los imputados en los juicios al crimen organizado en Santa Fe.
El éxito de las múltiples plataformas globales de contenidos estructurados en seriales parece haber dado un impulso inesperado al género para competir con el sustituto de los culebrones hispanoamericanos y turcos o el soup opera americano. ¿Es esto realmente así?
La telerrealidad o el reality show llegó en su día para desplazar a las novelas vespertinas y ocupar, incluso, los espacios de máxima audiencia. En España, la cadena de Silvio Berlusconi, concentraba la audiencia en los años de la crisis financiera tanto por las tardes como en el prime time del fin de semana. Un formato híbrido, hiperrealista, con exposición de la vida privada de famosos y de famosos por relación, sin guion aparente y con final abierto. Este esquema, enfrentado al culebrón tradicional, con entregas semanales y un guion previsible pero no por ello menos atractivo para la audiencia, ocupó y ocupa el espacio de los canales abiertos.
Es evidente que el cambio de época, en el que la desocupación estructural, la disolución de los empleos tradicionales y la inestabilidad económica no encuentran reflejo en el ordenamiento clásico del culebrón con roles fijos, variaciones sobre un mismo tema y un final previsible. La telerrealidad expone personajes cuya condición muta de manera permanente ya que sus protagonistas son personas que se producen a sí mismas exponiendo su intimidad y cuyo desenlace está abierto. El auge de las plataformas podría indicar que estamos ante un nuevo giro con el resurgir de las series. Pero si se atiende al modelo, nos encontramos que alojamos en los dispositivos –el televisor pasa a compartir pantalla con el teléfono, la tableta o la computadora– más de una plataforma en la que al ingresar, tenemos un menú de contenidos inabarcable y que, salvo excepciones, en el caso de las series, las temporadas son completas y ofrecen decenas de capítulos. ¿Qué ver? Difícil encontrar referentes individuales en esa Babel pero sí aparece el reflejo de una sociedad que se vincula desde la red y al igual que nos vinculamos a través de conexiones y desconexiones, la mayoría aleatorias, vamos pinchando de una serie a otra y excepción hecha en casos como Los Soprano, The Wire o, posiblemente, La ciudad es nuestra y pocos casos más, la mayoría de las veces no sabemos por cual optar. Es el momento exacto, según indican las mediciones muchos vuelven a la telerrealidad en unos casos y a las redes en otros. Es el regreso del tedio, como en Baudelaire, pero sin tratarse, necesariamente, de una nueva modernidad.
*Escritor y periodista.