Finalmente el Congreso de los EE.UU. votó el salvataje. Pero, ¿de qué nos van a salvar? Y hablo en primera persona del plural, no porque sea ciudadano norteamericano, ni porque tenga inversiones personales en el mercado de capitales de EE.UU., sino porque, mal que le pese a nuestra Cris, siendo EE.UU. el 21% del PBI mundial y algo más del 30% del consumo mundial, lo que pase allí, y en Europa, afectará también acá.
Y me permito recordar que los ahorros financieros de los argentinos están allá. Entonces, ¿qué intenta lograr el paquete votado en el Congreso de Washington? Normalizar el sistema financiero global restableciendo las relaciones interbancarias y frenando la corrida de inversores, al prometerque los “activos malos” serán, de algún modo, limpiados de los balances de los bancos.
¿Será suficiente? No lo sabemos. Todavía no está claro a qué precios y en qué condiciones se va a producir ese rescate. Pero aún recuperando al sistema financiero para evitar un colapso de la economía internacional (se puede vivir sin crédito, pero esa vida es una depresión económica), se van a producir varios efectos en la economía internacional, regional y local.
Veamos. En primer lugar, aún con el sistema saneado, el valor de los activos financieros tardará en recuperarse y, probablemente, no volverá a los niveles que se vieron en el tope de la euforia. Esto implica que los ahorros de muchos, al menos en los números, son menores que antes. Y con menos ahorros en la cuenta, la gente tiende a gastar menos y a ser más prudente en sus consumos. Hay, entonces, un “efecto riqueza negativo”, para no llamarlo “efecto pobreza”, sin glamour, y menos en Wall Street. De manera que un grupo de consumos “de lujo”, turismo, autos de alta gama, joyas, moda top, sufrirán. La Argentina recibió “un poquito” de este efecto vía turismo en general, y turismo de lujo y alta gama, en particular, y habrá menos.
En segundo lugar, aún restablecido el crédito, el volumen disponible será claramente menor. Con menos crédito, como mínimo, menor crecimiento, como máximo, recesión.
Una recesión en el primer mundo generará menos demanda sobre los bienes y servicios que produce el mundo emergente en la región y, probablemente, precios más bajos de los productos que exportamos. Esa combinación equivale a menos ingresos para la Argentina exportadora y, para el Estado “socio” de los exportadores. Con ingresos más bajos, menos demanda, menos consumo, menos trabajo.
Tercero, con inversores con menor “apetito” de riesgo, al menos mientras les dure el susto, habrá menor oferta de fondos disponibles para la Argentina percibida, claramente, como inversión de alto riesgo (no se por qué...) En síntesis, “todo menos”, salvo problemas.
Hasta ahora hemos visto la crisis financiera. El salvataje, puede frenarla, pero todavía faltan ver los efectos plenos de dicha crisis sobre la economía “real”: nivel de actividad, precios, empleo, intercambio comercial. Esos efectos se traducen en menos ingresos a la región y para el país y más problemas de solvencia fiscal y gasto, en un año electoral.
Y esto me lleva al complejo escenario de los próximos meses. La economía local está dando señales de desaceleración y, aunque usted no lo crea, también se está desacelerando la inflación. Este enfriamiento se produce cuando, por un lado, los gremios están reclamando aumentos en función de la “inflación pasada” y no reconocida en los incrementos salariales previos del año. Mientras los empresarios se enfrentan con un escenario de menor crecimiento y baja rentabilidad.
El Estado, por su parte, planificó sus gastos próximos, con un precio de la soja que hoy no existe y que, casi con seguridad, no existirá en el corto plazo, de manera que se recaudará menos y algo habrá que “ajustar” en el gasto. Obviamente, el candidato al ajuste son los “subsidios” a la clase media y a las empresas. En el costo de la energía, los combustibles, el transporte (Les cuento que en Río de Janeiro la nafta Premium cuesta hoy 60% más cara que en Buenos Aires). Pero un aumento de los precios por una reducción de los subsidios, incrementa más los costos empresarios y deja menos ingreso disponible para otros consumos de las clases media y media alta. Por supuesto, como comentaba aquí la semana pasada, si logramos refinanciar deuda y que nos pongan algo de plata “fresca” el ajuste puede ser menor. Pero sólo algo menor.
Con este panorama, las presiones para la “típica salida devaluatoria” se incrementarán, para licuar gastos y aumentar ingresos, “mejorando” los precios de los exportables y sustitutos de importaciones. Pero las devaluaciones, en medio de un año electoral, son difíciles de instrumentar sin costos políticos enormes que se suman a los económicos y sociales. Por lo tanto, el margen de maniobra se ha reducido notable y rápidamente. La única “ventaja” es que si este escenario adverso se concreta, tendremos a quién echarle la culpa y eso, para un argentino, es fundamental.