Cuando uno ve que en un país supuestamente racional, pacífico y democrático, su campechano presidente encabeza las hordas que aclaman a un jugador de fútbol con tendencias caníbales, sospecha que hay algo que no está del todo bien, que no es lo que parece. Mis escasas visitas al Uruguay nunca me permitieron entender qué pasa ahí, pero sospecho que es un país misterioso del que los argentinos tenemos una imagen equivocada.
“Ese Uruguay de foto sepia y calma chicha que les vendemos y que ustedes, satisfechos y sonrientes, compran, ese Uruguay no existe”, dice en alguna parte Gustavo Escanlar, un escritor que murió en 2010, antes de cumplir cincuenta y después de una vida que tuvo el periodismo como eje y puede calificarse de agitada. Descubro (más vale tarde que nunca) a Escanlar gracias a la publicación póstuma de su novela Estokolmo por parte de la excelente editorial uruguaya Criatura. El libro cuenta una historia de tres marginales que secuestran a una chica rica y los cuatro terminan complicados en una historia de sexo, drogas y hasta un poco de rock’n roll.
Estokolmo es una novela negra con toques románticos, que usa un lunfardo preciso y se lee de un tirón. Está marcada por la voz de Marcelo, un tipo que era un buen alumno de clase media y un día se salió de los carriles que la vida le destinaba para terminar integrándose a los lúmpenes del barrio, atraído por la marginalidad pero sin llegar a ser del todo uno de ellos. El gran descubrimiento que permite Estokolmo es el de una estratificación social muy rígida bajo la fachada de un igualitarismo declamado por generaciones, al que la unificadora pasión futbolística sirve como símbolo y caricatura. Marcelo es el perfecto rebelde sin causa aparente, el emergente de una tensión contenida y secreta en la que nada encaja fuera de la resignación y la obediencia.
Hay cierta afinidad entre Estokolmo y Ratas, un libro de relatos publicado también por Criatura, de la escritora uruguaya Lalo Barrubia. El seudónimo tiene la particularidad de ser simultáneamente femenino y masculino, y tanto en Ratas como en la novela Pegame que me gusta (Trilce, 2009), la autora narra en una primera persona que alterna hombres y mujeres. Barrubia nació en Montevideo en 1967, fue parte del underground como poeta y performer, pero ahora vive en Suecia, donde se puede ganar la vida. Los dos libros que leí me parecieron muy buenos.
Especialmente la novela, en la que se alternan los relatos de dos personajes que son secundarios en la vida del otro. En uno de las tantos pasajes del libro que se pueden ver mientras se leen, Laura y Pato terminan sentados en el mismo ómnibus sin destino. Ambos comparten algo más que algunos cruces ocasionales: los problemas para sobrevivir, la dificultad para ser artistas, la imposibilidad de cambiar de clase. “Los hijos de nadie no van a ninguna parte. Los hijos de los trabajadores se volverán pobres y los hijos de los pobres, miserables. Una sociedad en la que es muy fácil moverse de clase social, pero sólo hacia abajo, como en una rampa en la que todos vamos lentamente resbalando y resbalando”.
Entre la escritura rabiosa de Escanlar y el prolijo realismo proletario de Barrubia se insinúa un mapa del Uruguay que los argentinos no podemos ver, tal vez porque tenemos horror del espejo.