Algún día debería escribir una novela que transcurra entera en una cuadra de la ciudad. Aunque quizá sea un proyecto fallido, quién sabe. Lo cierto es que siempre me interesaron las marcas urbanas, la memoria de los edificios, la reminiscencia de la materialidad de las cosas. Acabo de terminar de leer La historia política del Nunca Más, de Emilio Crenzel. En un pasaje, en la página 63, se lee: “El 22 de diciembre de 1983, en el segundo piso del Centro Cultural San Martín, la Conadep se reunió por primera vez”. Tenía el recuerdo de que había funcionado en el San Martín, pero no tan claro de que fuera en su segundo piso. Es extraño, pero entre 2004 y 2006 yo trabajé en el segundo piso del Centro Cultural San Martín. En ese entonces, allí funcionaba Ciudad Abierta (esos años fueron sin duda la mejor época del canal). En marzo de 2006 se cumplieron 30 años del golpe, y Alejandro Montalbán y Gabriel Reches –directores del canal– pensaron que había que hacer un ciclo no donde se repasara la historia del golpe de Estado, tampoco que describiera los años 70, sino que reflexionara sobre los debates, las discusiones y los usos que en la democracia se hicieron de los discursos de los 70, del golpe de Estado y de los debates sobre derechos humanos. No se trataba de pensar el golpe reconstruyendo su contexto histórico sino, a la inversa, de poner de manifiesto las tensiones que, sobre ese tema, atravesaron a los diferentes actores sociales desde 1983 hasta el presente. Finalmente, el programa salió al aire (una serie de entrevistas de la socióloga María Pía López a intelectuales, militantes, Madres de Plaza de Mayo, sindicalistas, etc.) y marcó un pequeño hito en la siempre inestable historia del canal.
¿Nos habremos sentado alguno de nosotros en las sillas que usó la Conadep? Es que las sillas del canal parecían tener 20 años (según me contaron, la gestión siguiente lo primero que hizo fue comprar sillas nuevas y decorar el segundo piso con la estética de Palermo Soho. También se fueron a pasear por Europa, aunque ése es otro tema). ¿Cómo ignoramos que en ese mismo lugar había funcionado la Conadep? Nunca sabremos qué relato se ocultaba en esas sillas. Quizás haya sido por distracción nuestra, o mía (quizá mis compañeros de trabajo sí lo sabían). Pero también, porque el Estado es una formidable máquina de borrar las huellas de la densidad histórica, de cortar con cualquier historicidad, de vaciar de espesor crítico la vida urbana. De vez en cuando se resuelve el tema poniendo una placa (las placas conmemorativas tienen la misma función que los videos que se mandan en las sondas al espacio: “Ey, somos terrícolas, ¿hay alguien por ahí?”). De la posteridad y de las placas sólo podemos esperar piedad.
Pensar los edificios públicos en su densidad histórica supone descifrarlos como verdaderos yacimientos de sentido. Como mármoles, pisos, ascensores bibliotecas, hierros, escaleras, escritorios, sillas que –como en el fetichismo de la mercancía de Marx– remiten a otra escena, pero que esta vez no es la de la fábrica y el modo de producción capitalista (aunque también lo es), sino la de la historia política del Estado, la de la tensón entre Estado y sociedad, entre política y cultura. Y sin embargo, aunque no sabíamos que allí había funcionado la Conadep, sí había una voluntad evidente en Ciudad Abierta por imbricar al canal con la ciudad, por discutir con lo histórico, por expresar un malestar frente al presente, y por pensar la estética audiovisual como un modo de experimentación crítico y no como un trivial juego de nenes caprichosos.
En la época de la Conadep yo tenía 16 años y su discurso me parecía demasiado moderado (y varios de sus miembros demasiado vinculados con la dictadura). Con el tiempo, no cambié demasiado de opinión, aunque –visto lo que vino después– revaloricé su trabajo y el posterior juicio a las juntas. Las genealogías son invisibles y sólo se materializan tiempo después.