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El sencillo arte de tragar

Estar enfermo favorece la indulgencia de leer novelas policiales. Uno argumenta que la fiebre le nubló el entendimiento, la fatiga minó su resistencia y que en esas condiciones no es bueno dedicarse a aventuras de resultado incierto. Como sufrimos, tenemos derecho a la compensación de un disfrute pleno, perfecto, garantizado.

Quintin150
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Estar enfermo favorece la indulgencia de leer novelas policiales. Uno argumenta que la fiebre le nubló el entendimiento, la fatiga minó su resistencia y que en esas condiciones no es bueno dedicarse a aventuras de resultado incierto. Como sufrimos, tenemos derecho a la compensación de un disfrute pleno, perfecto, garantizado. Con ese objetivo en vista lo menos adecuado sería internarse en una novela de Henning Mankell o en casi cualquiera (no los he leído todos) de los nombres surgidos en las últimas décadas: suelen ser farragosos, insustanciales, truculentos, humanistas o tener varios de esos defectos a la vez. Los nuevos policiales, ya prevendidos como best sellers, no están muy bien escritos y sus tristes pinturas de la locura y la soledad contemporáneas no sólo son poco estimulantes para el enfermo sino adocenadas y previsibles.

Con el tiempo me fui convenciendo de que el súmmum de la novela policial se encuentra en las 75 novelas y 28 relatos breves que Georges Simenon le dedicó al comisario Jules Maigret entre 1931 y 1972, habitualmente tratados con desdén frente a las obras más serias de su autor. Maigret se enfada, la que acabo de terminar, se publicó por entregas en 1946 en el France-Soir. La edición que encontré en la librería de viejo sanclementina es española y la traducción, a cargo de alguien llamado F. Garriga de Vial, califica a su perpetrador/a para una estadía en el infierno con todo incluido. Garriga traduce “saco de mano” por “cartera” y “maligno” por “astuto” pero no satisfecho con esa tropelía nos informa que el orujo es la bebida que menos le gusta a Maigret, como si ese aguardiente gallego fuera una bebida popular en la Francia de posguerra. Aun así, Simenon es invulnerable hasta a los traductores. Pueden hacer lo que quieran con él e igual funciona. Maigret se enfada comienza en Meung-sur-Loire, donde Maigret vive retirado junto con su mujer. Allí llega un día una anciana aristócrata que sorprende al ex comisario en pleno combate con los insectos de la huerta. La vieja lo confunde con el jardinero y le pide que vaya a buscar a su patrón con este comentario: “Está haciendo la siesta, me imagino. ¿Es por eso que está siempre tan gordo?”. Luego le ofrece una propina y en ese momento Maigret no puede más que interrumpir la comedia y darse a conocer. La vieja no se inmuta y responde: “Si usted lo dice…”. De acuerdo, tal vez Chandler podría haber escrito esas líneas. Pero a Chandler se lo lee completo en quince días. Y acaso Agatha Christhie con Miss Marple como protagonista (jamás con Poirot), pero con la gracia diluida al 80%. Y Chesterton con el Padre Brown, pero después habría que soportar alguna parrafada metafísica.

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Con Maigret no hay metafísica posible, sino la prosa más violentamente arraigada en el mundo material. En el dinero, el sexo, la ambición, lo que lo hace moderno en un sentido antiguo. Pero también en la bebida y en la comida, lo que transforma su lectura una fuente de hambre y sed inagotables. Y, sobre todo, en los lugares, lo que lo convierte en definitivamente incomparable con ningún otro novelista policial. Algunos de esos lugares son casi de su exclusividad: sólo Simenon habla de esclusas y caminos de sirga, de remolcadores y barcazas. Maigret nos guía sudoroso por esos paisajes fluviales con un gusto por su particular misterio con el que sólo podría rivalizar Jean Renoir. “Era época de vacaciones. Se veía a los parisienses repartidos por el campo y los bosques, rápidos autos sobre las carreteras, canoas en los ríos y pescadores con sombreros de paja al pie de cada sauce.” Es la combinación entre geografía y anatomía lo que nos atrae de los relatos de Maigret, perfecta demostración de indiferencia frente a la trama, su resolución y sus consecuencias. Porque la única lección del género es que la vida es un juego sin ganadores, pero no hay nada más vano que hacer escombro al respecto.