La educación es condición esencial para el bienestar humano, para el desarrollo integral y sostenible de la sociedad. Es un derecho que los sistemas educativos nacionales no pueden dar por satisfecho con la sola provisión de unos años de escolaridad obligatoria, durante la niñez y la adolescencia.
La Argentina tiene pendiente una profunda y auténtica transformación de la educación, que sólo será posible en la medida en que todos los sectores asuman su responsabilidad, construyendo consensos amplios y duraderos que se sitúen por encima de ideologías y proyectos partidistas.
Tenemos, en estos momentos, anuncios de transformación en el nivel secundario y en la formación docente. Para producir una innovación, los cambios deben ser duraderos, aplicables y deben estar relacionados con mejoras sustanciales de la práctica profesional.
La innovación no es algo que se deja al azar. Antes que nada, es la adaptación de un programa a la realidad local y tiene que someterse a un proceso de seguimiento y evaluación, siempre en relación con sus metas y objetivos, en el contexto en que se aplica. La innovación debe producir un cambio intencional y deliberado. En el caso de la innovación educativa ha de generar un cambio en la educación.
Este proceso está presente en la propuesta de transformación del nivel secundario, pero no es posible independientemente de los otros niveles educativos.
Hay anuncios que abren una esperanza, pero la articulación entre niveles debe ser implementada correctamente. Esta transformación del nivel secundario, con un currículo más abierto, integrador de la realidad, con áreas de aprendizaje que no descuiden la especificidad de la ciencia, atendiendo al desarrollo de competencias para continuar estudios y para el mundo laboral, implica aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a ser, aprender a vivir juntos. La educación debe tener suficiente apertura en el desarrollo de competencias, para generar personas críticas, creativas e innovadoras, que no se cierren a la búsqueda de la verdad, a los avances de la ciencia, ni reduzcan la innovación a las TICs.
La formación docente es la segunda cuestión que nos interpela. Aspirar a la profesionalización de la carrera docente, incluyéndola en el nivel universitario, es poner el foco adecuado. La clave está en pensar muy bien el perfil de maestro para estos tiempos y el currículo de formación inicial y permanente. No es cuestión de aumentar años de formación o plantearnos esta formación en un nivel universitario, sino, centrarnos en la calidad formativa necesaria para ser educadores, con ciencia y arte.
Esto trae aparejada no sólo una transformación curricular, sino también una transformación laboral, de la modalidad de trabajo de la enseñanza. No debe ser sólo un aumento de horas de clase, sino principalmente, de tiempo laboral para preparar clases, para trabajar colaborativamente con el equipo docente, articular la enseñanza con una propuesta de actividades de aprendizaje significativas y realistas, que den respuesta a las grandes preguntas y necesidades del alumno. Es fundamental crear una comunidad de aprendizaje, donde la función de quienes enseñan vaya unida al aprender colaborativamente con otros, aplicando las TICs en ese enseñar y aprender juntos. El proceso implica también una transformación de la organización de las instituciones educativas en todos sus niveles.
La transformación del secundario y el cambio en la formación docente generan, inevitablemente, algunos interrogantes. ¿Estamos dispuestos a generar consensos en torno de políticas de Estado de largo alcance, que recuperen la educación para el desarrollo humano integral sustentable y como práctica de libertad? ¿Estamos dispuestos a lograr el compromiso de los distintos sectores de la sociedad civil y de los gobiernos para asegurar, desde la participación de todos, su ejecución y sostenibilidad? Esto exige diálogo.
*Profesora emérita Universidad Austral, Escuela de Educación.