Si hay un signo de los tiempos que transitamos es que se vive en las “cavernas”, de puertas para adentro, por la incertidumbre, la inseguridad y el miedo cotidiano. La imprevisibilidad enferma. El consumo rapaz y sin límites termina por ser frustrante, el vecino es un extraño, la gente elige la porfía individualista, el placer y la búsqueda de identificación con los poderosos y la patología del mal sin límites. Estos son los problemas que Zygmunt Bauman analiza con perspicacia y desbordante inteligencia en toda su extensa obra escrita.
Bauman acaba de recibir el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2010, junto con el ensayista francés Alain Touraine. Nacidos en 1925, los dos son por la experiencia y la constancia, los sociólogos más destacados del presente. Concebido en Polonia, en una familia judía, Bauman encontró refugio de la persecución nazi en la Unión Soviética. Regresó al finalizar la Segunda Guerra a su país, ejerció como profesor de Filosofía y Sociología en la Universidad de Varsovia y militó en el Partido Comunista. Esa afiliación duró un poco menos de veinte años, cuando retornó la persecución antisemita junto con las purgas dirigidas desde el poder político, que se transformaron en una epidemia en el este de Europa durante la gestión del premier soviético, Leonid Breszhnev.
Bauman dejó todo atrás y empezó a deambular por el mundo, enseñando Sociología, ya en la década del setenta, en Israel, en Estados Unidos y Canadá, para recalar definitivamente en el ámbito académico británico donde fue muy bien recibido. Al igual que los ex comunistas ingleses, como el historiador Eric Hobshbawn, el “partido” que antes los abrigó ya no existe, es una abstracción, algo fenecido definitivamente, aunque no renuncien a interesantes observaciones desde el marxismo. No hay en ellos un llamado a la lucha de clases ni se conocen cuestionamientos frontales al capitalismo.
Hace tres años, un historiador polaco acusó a Bauman de haber sido cómplice de la eliminación política de los oponentes al régimen comunista. Fue entonces que Bauman aceptó un reportaje del diario The Guardian, donde rechazó esa acusación, pero reveló que cuando tenía 19 años, en la inmediata posguerra, trabajó largos meses en el servicio secreto, en el “ejército interior”, como lo denominaban los comunistas de antaño. Dijo que todos los ciudadanos debían participar, por lealtad, en el contraespionaje. No colaboró con la muerte de ningún miembro de la oposición porque sólo participaba en funciones de oficinista. Bauman habló, reconoció, en una actitud que figuras conocidas (como el caso del escritor Günther Grass) soslayaron .
Entre sus trabajos, publicados por varias editoriales, sobresalen El arte de la vida , Miedo líquido, Tiempos líquidos, La globalización y sus consecuencias y Modernidad y Holocausto. Bauman es un especialista en el origen, la dinámica y los usos del miedo “Miedo, escribe, es el nombre que damos a nuestra ignorancia. Es más temible cuando es difuso, disperso, poco claro. Cuando flota libre, sin anclas, sin hogar ni causa nítidos, cuando nos ronda sin ton ni son.”
A fin de cuentas, vivir en este mundo moderno (“líquido” porque es escurridizo, se escabulle) sólo admite una única certeza: mañana no puede ser, no debe ser y no será como es hoy. Algo más complejo: la “telerrealidad”, con sus críticas premoniciones funciona como lo hace el “mundo real”, en el que estamos y sobrevivimos, con miedo.
Abordar su libro sobre el genocidio es un camino hacia las revelaciones. Bauman afirma que el antisemitismo, el odio hacia los judíos en personas que incluso nunca vieron un judío, desatado en esa primera mitad del siglo XX no explica, por sí mismo, el Holocausto. Personificados como “ extranjeros” en pleno desarrollo de los nacionalismos, ellos fueron víctimas del miedo al “otro”, del racismo. Ese racismo es inconcebible sin la tecnología y las formas modernas del poder estatal. Eliminarlos fue como una “limpieza” porque la propaganda nazi los igualó con “bacilos” y “gérmenes”.
*Periodista especializado en economía.