Por más laboratorio canadiense que seas, no tenés derecho a llamarte Medicago. Poco importa que desarrolles una vacuna anticovid de origen vegetal con plantas vivas como biorreactores para reproducir una partícula no infecciosa: tus intenciones de hallar voluntarios argentinos para tal tecnología van al fracaso. En el nombre está el destino y por más bilingüe que sea el Canadá nadie te advirtió que el mercado en español no iba a tolerar un Medicago. Lo mismo le pasó a Mitsubishi cuando lanzó el Pajero. ¿Quién iba a comprar eso en una fortuna?
Al término de mis cursos de dramaturgia pienso que quedo debiendo a mis alumnos una clase que nunca entra, una lección sobre el espinoso tema del título. ¿Qué dice de tu obra el título que vayas a ponerle? ¿No es acaso el título la mayor acotación poética que puedas hacer? Éste es además parte esencial de la obra: la nombra pero está fuera de ella. No es una línea de texto enunciada por ninguno de tus personajes, es una línea dicha solemnemente por la voz del propio autor y sonará siempre con tu voz y será tu orgullo o será quizás tu ruina.
Acotar es limitar, cerrar caminos, pero también donar identidad. Hay peligro en llamar a las cosas cuando trabajamos justamente para que no sean canceladas por nombre alguno, sino expandidas, enriquecidas, resignificadas. No es igual que el nombre de las personas: la obra ya es conocida cuando nace, mientras que todos llevamos un nombre al azar, concebido por nuestros padres casi sin datos de quiénes resultaremos ser con el tiempo. Hay autores que –fieles a este acto sagrado de dar nombre y entidad– sugieren que el título debería aparecer antes que la pieza y desconocerla por completo. Otros, en cambio, relojeamos la pieza a ver si se ha merecido esa primera intuición con la que guardamos el archivo en el rígido antes de poner punto final. También están las obras con nombres extirpados, putativos, cagadores. Romeo y Julieta se llama Romeo und Julia en alemán, ¿a quién se le ocurre que Julieta no sea Julieta? Y The Crucible (El caldero) es Las brujas de Salem en castellano porque por ahí resulta más ganchera. Y Nora es Casa de muñecas y háganse cargo de los simbolitos.
Pero a lo que iba: si sos laboratorio no podés llamarte Medicago en ningún mundo posible ni imaginario. Es casi tan grosero como llamarte Helarte y ser heladería o ponerle Liberarte a un centro cultural. El ingenio se paga caro cuando se trata de un título, de una esencia, de un honor.